"Manteneos en el amor de Dios" -Jds 21- (22-1-2012)

“MANTENEOS EN EL AMOR DE DIOS” (Jds 21)

      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.

      En la breve Carta de San Judas leemos esta exhortación: “manteneos en el amor de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna” (Jds 21).Con tono polémico y vibrante,rechaza la actitud inconstante de quienes describe como “nubes sin lluvia que los vientos se llevan; árboles otoñales y sin frutos que, arrancados de cuajo, mueren por segunda vez; olas encrespadas del mar que arrojan la espuma de sus propias desvergüenzas; estrellas fugaces a las que aguarda la oscuridad eterna de las tinieblas” (vv. 12-13).
      En el capítulo 15 del evangelio de San Juan resuena insistente la apremiante exhortación: “permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn 15,4).  Jesús continúa diciendo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Y añade: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis y se realizará” (Jn 15,7). Dice también: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).
      Podemos permanecer en el Señor porque Él permanece en nosotros. Es más: “si somos infieles, él permanece fiel” (2 Tim 2,13). San Pablo escribe: “Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí” (1 Tim 1,12).
      Hemos de pedir el don de la perseverancia, la virtud que nos permite permanecer unidos al Señor de un modo estable. Dios describe, a través del profeta Jeremías, la actitud del pueblo con estas palabras: “este pueblo tiene corazón indócil y rebelde; se apartan de mí, se van” (Jer 5,23); y también: “este pueblo malvado que se niega a escuchar mis palabras, que se comporta con corazón obstinado” (Jer 13,10); “mi pueblo me ha olvidado” (Jer 18,15); y de modo más contundente: “¡Me han dado la espalda, no la cara!” (Jer 2,27); “Me volvieron la espalda y no me dieron la cara” (Jer 32,33).
      Frente a la ligereza, la inestabilidad, el olvido, la negligencia, la “apostasía silenciosa”, la indiferencia, el pasotismo, la rutina, el Señor nos invita a permanecer en su amor. Un amor fiel y permanente. Un amor arriesgado y comprometedor.
      Permanecer en el Señor no significa instalarse en lo conocido, en la “ruta pequeña” (rutina), pues el Señor nos describe un horizonte distinto y afirma: “Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). Permanecer en el Señor quiere decir hacerle espacio dentro de nosotros y dedicarle tiempo, su tiempo, porque la vida es un don que Él nos regala. Jesucristo nos dice: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
      Permanecer en el amor de Dios no significa carecer de sufrimiento sino confiar en la fidelidad de Dios: “Así pues, que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, haciendo el bien, pongan también sus vidas en manos del Creador, que es fiel” (1 Pe 4,19).Leemos importantes consejos en el capítulo 5 de la Primera Carta de Pedro: “Sed humildes bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pe 5,6); “Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros” (1 Pe 5,7).Y además: “Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará. Suyo es el poder por los siglos. Amén” (1 Pe 5,10-11).

     Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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