Semana Santa y santificadora. (1-4-2012)

SEMANA SANTA Y SANTIFICADORA

 Queridos hermanos en el Señor:
 Os deseo gracia y paz.
 
      La semana que hoy comenzamos a vivir es la única semana del año que dura doce meses. Posee tal densidad, es tan rica en contenidos y vivencias, actualiza de tal forma el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que todo su caudal de vida y de gracia se despliegue a lo largo de todos los días del año.
 Comenzamos con el Domingo de Ramos. Un día de aclamación y de alabanza. Una jornada de estreno exterior y renovación interior. Un acontecimiento de luz y de esperanza, de admiración y júbilo.
      Nuestros oídos permanecen atentos al relato de la pasión que hoy escuchamos en su unidad y dramatismo. Escuchamos una narración conmovedora, núcleo del evangelio, fundamento de nuestra fe, expresión de nuestra esperanza y manantial de nuestro amor.
      Nuestra mirada se concentra en Jesús, en sus gestos, sus palabras, su silencio, su entrega, su amor. Le vemos junto a los Doce en torno a la cena de Pascua. Contemplamos su oración y sentimos su angustia y tristeza. Miramos su rostro, sus llagas, sus ojos inocentes y compasivos, su cabeza coronada de espinas, y nos estremecemos.
      Escuchamos la expresión íntima con que Jesús se dirige al Padre, llamándole “Abba”. También oímos las falsas acusaciones, los discordantes testimonios, la pregunta del sumo sacerdote, el interrogatorio de Poncio Pilato. Se suceden golpes, burlas, salivazos, injurias e insultos. Resuena la voz potente de Jesús que clama “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34), y el fuerte grito antes de expirar.
      Nuestras manos desearían aliviar su dolor, cargar con su pesada cruz, detener los violentos gestos de los que hieren a Jesús. Y Él nos explica que podemos hacer mucho por atender a quienes él llama sus hermanos y que también son nuestros hermanos: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
      Nuestros pies quisieran seguir sus huellas, caminar por sus senderos. Y Él nos dice: “Yo soy el camino” (Jn 14,6), mientras nos envía por las rutas del mundo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
      Durante la semana, seguiremos caminando, peregrinos de la historia, avanzando en la contemplación de Jesucristo.
      Llegaremos a la Pascua, centro de la historia y del año litúrgico. En la Vigilia Pascual resonarán en nuestros oídos una pregunta y un alegre y definitivo anuncio. La pregunta: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado?” (Mc 16,6). Y la gozosa noticia: “No está aquí. Ha resucitado” (Mc 16,6). Nuestra búsqueda alcanzará su objetivo.
      En adelante, le reconoceremos cuando Él mismo nos explique el sentido de las Escrituras y en la Eucaristía. Diremos, como los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32). Y también nosotros, como ellos, seremos testigos de un encuentro: “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24,35).
      Esta semana es objetivamente santa por lo que celebra y actualiza. También nos abre el proceso de nuestra más intensa y profunda santificación personal y comunitaria.
      ¡Feliz y Santa Semana!
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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