Abiertos a la voz de Dios (8-7-2012).

ABIERTOS A LA VOZ DE DIOS


      Queridos hermanos en el Señor:
 Os deseo gracia y paz.

      En la vida cotidiana de los cristianos son muy importantes el despliegue del corazón a la acción transformante del Señor, el sereno confiar en que Él no nos abandonará nunca, la apertura a su voluntad y el testimonio personal agradecido, coherente y comprometido.
    El camino está marcado por el peso de las sombras y el paso de la gracia. Pero, en todo momento, la luz es creciente y resplandeciente porque el cristiano auténtico está muy cerca del Señor de la Vida.
      En toda ocasión debemos abrirnos al encuentro con Jesús, Palabra de Dios hecha carne, como evento de gracia que vuelve a acontecer en la lectura y la escucha de la Sagrada Escritura. San Cipriano nos dice: “Cuando oras hablas con Dios, cuando lees es Dios el que habla contigo”.
      San Buenaventura escribe en su obra “Itinerario del alma a Dios”: “Nadie crea que le baste la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin el asombro, la observación sin el júbilo, la actividad sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría de la inspiración sobrenatural”.
      El cristiano debe estar continuamente abierto a la voz de Dios que se proclama en las celebraciones litúrgicas y que resuena en la profundidad de los corazones. Ha de ser oyente asiduo y lector apasionado de la Sagrada Escritura, con actitud reposada y meditativa. Ha de acostumbrase a contrastar su vida con el Evangelio. Ha de tener “un corazón que ve” y “actúa en consecuencia”. “El programa del cristiano -el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús- es un "corazón que ve". Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (Deus caritas est, 31).
      La Palabra de Dios ayuda a la mente y al corazón de las personas a comprender y amar todas las realidades humanas y la creación. Ayuda a reconocer los signos de Dios en todas las fatigas humanas orientadas a hacer el mundo más justo y habitable; ayuda a identificar los “signos de los tiempos” presentes en la historia; impulsa a los creyentes a comprometerse en favor de quienes sufren y son víctimas de injusticias.
      La Palabra de Dios proclamada, transmitida, celebrada, orada y vivida posee una inmensa fuerza transformadora, porque penetra y anima, con la potencia del Espíritu Santo, toda la vida de la Iglesia.
      El Deuteronomio nos presenta una bella fórmula de la alianza: “Hoy has elegido al Señor para que Él sea tu Dios y tú vayas por sus caminos, observes sus mandatos, preceptos y decretos, y escuches su voz. Y el Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos” (Dt 26,17-18).
      Escuchemos esta viva exhortación: “Como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido. Si uno habla, que sean sus palabras como palabras de Dios; si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pe 4,10-11).
     
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

 

 
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