Comenzar con esperanza (2-9-2012)

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

Nos encontramos, de nuevo, con una realidad que ha cambiado poco a nuestro alrededor. Pero nosotros hemos cambiado interiormente, y podemos y debemos afrontar el camino que el Señor nos regala como propuesta, horizonte, gracia y responsabilidad.
La pausa estival ha contribuido a dilatar las pupilas de nuestra mirada interior. Se ha ensanchado nuestra capacidad pulmonar después de haber abierto todo nuestro ser a la acción transformante del Espíritu Santo. Sentimos la urgencia de poner nuestras manos al servicio de los más necesitados. Nuestros labios desean compartir con todos la Buena Noticia de Jesucristo. Nuestros pies, después de haber transitado por senderos distintos a los que habitualmente recorremos, están dispuestos para salir al encuentro de todos.
Deseamos vivir de fe, vivir con esperanza y vivir el amor que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Como cristianos, queremos comenzar bien la obra que Dios mismo llevará a cabo a lo largo del próximo curso pastoral. La esperanza es algo constitutivo del ser humano. Dejaríamos de ser personas si viviésemos sin esperanza. La esperanza no es solamente algo que se posee, sino que vivimos en la medida en que estamos abiertos a la esperanza y nos sentimos impulsados y movidos por la esperanza.
La falta de esperanza crea un gran vacío en las personas, de modo que pueden faltar los estímulos para crecer y el aliento para vivir. Ante los sufrimientos y las situaciones adversas de la vida, necesitamos una gran dosis de esperanza que dé sentido al dolor que experimentamos diariamente.  
“La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una "prueba" de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro "todavía-no". El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras” (Benedicto XVI, Spe salvi, 7).
“Más aún: nosotros necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas-, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es "realmente" vida. (…)” (Spe salvi, 31).

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
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