"Encomienda a Dios tus afanes" -Sal 55, 23- (4-11-2012)

“ENCOMIENDA A DIOS TUS AFANES” (SAL 55[54],23)

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

El salmista nos exhorta: “Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará” (Sal 55[54],23). Escuchamos una invitación a la confianza serena, madura, consciente, responsable, en medio de los “afanes”.
Los salmos no desconocen las dificultades, las penalidades, las inquietudes, los desasosiegos, las desventuras. Por ejemplo: “Anota en tu libro mi vida errante, recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío, mis fatigas en tu libro” (Sal 56[55],9). “Vida errante”, “lágrimas”, “fatigas” son expresiones que describen la desorientación, el sufrimiento, el agobio. Hay momentos en que carecemos de seguridad y de referentes, nos sentimos tristes y cansados.
Y escuchamos una voz que nos recuerda: en medio del esfuerzo, “Él te sustentará”, Él mantendrá el aliento en tu pecho, Él te sostendrá en su mano, Él no te olvidará.  
Por eso, podemos decir con actitud serena: “En Dios confío y no temo” (Sal 56 [55],12). No hay motivo justificado para el temor cuando se vive el gran misterio de la confianza profunda en el Señor.   
El estado de confianza en Dios significa que toda la vida se ve y se siente en manos de Alguien que nos ama y busca nuestro bien.
Quien encomienda a Dios sus afanes tiene el ánimo confiado y fortalecido porque descubre dentro de sí, como capacidad, algo que es despertado y activado por Alguien que viene desde fuera para quedarse muy dentro.
La razón de la confianza, el motivo que nos da seguridad y vence el temor se expresa con un recuerdo agradecido y un compromiso para el futuro: “Porque libraste mi alma de la muerte, mis pies de la caída, para que camine en presencia de Dios a la luz de la vida” (Sal 56[55],14).
Caminar en presencia de Dios a la luz de la vida es una bella propuesta, un horizonte nítido y despejado, un propósito estimulante. Y se basa en la experiencia de sentirnos liberados de la muerte y de la caída.
Creer en Dios significa reconocer su presencia y su actuación en nuestra vida; vivir en acción de gracias; confiar siempre en Él, incluso en la adversidad; depositar en Él nuestros afanes, proyectos e inquietudes y encontrar en Él sustento y descanso.
Poner nuestra confianza en Dios no es vivir una ilusión, pues quien confía en Dios experimenta un fortalecimiento interior para asumir y afrontar la propia vida desde la nueva y definitiva luz del amor.
Quien confía en Dios vive desde una relación necesaria y personal con Dios, en el cual descubre la raíz de la auténtica felicidad.
Quien confía en Dios está enraizado en un terreno de fe. Por ello, la persona puede estar serena, porque la serenidad es también un sentimiento de seguridad profunda.
A quien confía en Dios, Él le concede una constitución interna que origina un nuevo fundamento, una confianza creyente.
Todo esto no se puede decir con palabras, sino que hay que expresarlo en la vida.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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