Conocemos el timbre de su voz. (25-11-2012)

CONOCEMOS EL TIMBRE DE SU VOZ


Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

Jesucristo nos sitúa ante una decisión vital: “Entonces decía a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga"” (Lc 9,23).
Sentimos la urgencia de conducir a las personas de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él. Experimentamos la “necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes” (XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Mensaje al Pueblo de Dios, nº 2).
Hablar de Jesucristo es hablar de la esencia misma del cristianismo. El cristianismo implica principios filosóficos, pero no es filosofía; contiene principios éticos, pero no es una ética; presenta principios sociales, pero no es un movimiento social. El cristianismo es Cristo conocido, creído, amado, seguido y transmitido.
La contemplación del rostro de Cristo se centra, sobre todo, en lo que de Él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado en el Antiguo Testamento y plenamente revelado en el Nuevo.
Es determinante la actitud de disponibilidad para acoger en nuestra vida la Palabra de Dios, cuya plenitud es Cristo; es decir, estar abiertos a la revelación y responder mediante la fe.
Cuando leemos en el Evangelio según San Juan “y el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) no nos encontramos solamente ante la cumbre de esa joya poética y teológica que es el prólogo del Evangelio joánico, sino en el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana.
En el contacto frecuente con la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios va calando hondamente en nuestro interior y las experiencias se van acumulando como oportunidades providenciales para recibir la luz de Cristo, de modo que podamos comunicarla a distintas situaciones y a personas diferentes. Y la Palabra de Dios también nos permite reconocer el rostro del Cristo sufriente en las angustias, sufrimientos, dudas e incertidumbres de todos aquellos para quienes debemos ser prójimos.
Cuando releemos el relato de nuestra vida, podemos dar muchas gracias a Dios porque su voz sigue llegando intensa y viva hasta nuestros oídos, y continúa conmoviendo nuestros corazones.
Llega un momento en que sabemos quién es Él. Conocemos el timbre de su voz. Le reconocemos como el Señor que pronuncia nuestro nombre con amor eternamente misericordioso y providente. Es el Señor que, desde la eternidad, nos ha creado según un designio de vida y amor. Es el Señor que nos ama, nos llama, nos invita a seguirle y no envía por los senderos de la historia.
La fe se decide en la relación que establecemos con Jesucristo, que sale a nuestro encuentro.


Recibid mi cordial saludo y mi bendición.


+JuliánRuiz Martorell, obispo de Jaca

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