Comentario evangélico. Domingo 2 C Adviento.

Domingo II de Adviento, ciclo C.  9 de diciembre de 2012.  Lucas 3,1-6.

Hacer silencio. Solo así podremos escuchar la voz.

El texto de este domingo inicia el tercer capítulo del evangelio de Lucas que nos va a introducir en la actividad del precursor de Jesús, es decir de Juan Bautista.  Antes de hablarnos de Juan, Lucas elabora una brillante introducción.  Se ha dicho del tercer evangelista que es un buen historiador. Efectivamente, podemos decir que Lucas conoce la historia y las normas de la historiografía clásica (otro ejemplo es el prólogo a este evangelio Lc 1,1-4), pero él no es un historiador, sino un hombre de fe. Y eso significa que en su relato los datos históricos solo son el marco en el que quiere encuadrar el relato de la vida de Jesús. Tiberio, Pilato, Herodes, Felipe y Lisanio representan el poder político y la autoridad humana,  Anás y Caifás representan el poder religioso de ese momento. Por las fuentes extrabíblicas estos datos nos permiten datar aproximadamente el inicio del ministerio de Juan. Lo importante es darnos cuenta de cómo Lucas quiere insertar el ministerio del Bautista y sobre todo el de Jesús, en la historia humana.  Jesús no es un personaje abstracto, sino que nació y vivió en una época histórica bien precisa.
Es en este momento de la historia de los hombres cuando Dios llamó, de nuevo, a un hombre para anunciar su palabra y la llegada del Mesías definitivo.  Este hombre será Juan, hijo de Zacarías e Isabel. Juan, como los profetas del Antiguo Testamento, recibió esta llamada del Señor en el desierto.  El desierto no es solo un lugar físico, sino también un lugar teológico por excelencia.  ¿Qué hay en el desierto? Nada, casi nada. Pero hay silencio. Y ahí es donde se puede escuchar la voz Dios que te llama y quiere que vuelvas a Él.  Esta preferencia de Dios por el desierto no es nueva.  Ya ocho siglos antes (hacia el 753 a.C.) Dios, a través del profeta Oseas, había anunciado que llevaría a su pueblo al desierto (Os 2,16-25), para que el pueblo de Israel que había sido infiel a Dios volviera a escuchar en el silencio cuánto le amaba Dios y el deseo divino tan grande de retomar la amistad y el amor.
Juan recibe este encargo de Dios y desde ese momento se dedicó a anunciar esta palabra divina.  La constatación era que el pueblo, de nuevo, se había alejado de Dios. Se había marchado de casa.  Dios quería, -y quiere- que el pueblo, sus hijos, emprendieran el camino de vuelta. Eso es la conversión.  Recapacitar, ser consciente del amor al que hemos sido infieles, regresar a casa, como un día hizo el hijo pródigo. 
Juan, utiliza para llamar al pueblo a la conversión un oráculo del libro de Isaías. En este texto, precioso, se nos invita a todos a preparar el camino al Señor que viene, que de nuevo quiere retomar la amistad y la alianza de amor con cada uno de nosotros.  Es urgente que escuchemos esa voz.  Para ello es necesario que vayamos al desierto.


Rubén Ruiz Silleras.

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