Comentario evangélico. Domingo 4 C Adviento.

Domingo IV de Adviento, ciclo C.  23 de diciembre de 2012.  Lucas 1,39-45

Una mujer admirable.

       Esta escena evangélica es el pórtico a la celebración del Misterio de la Natividad del Señor que celebraremos, con toda solemnidad y alegría dentro de dos días. Hoy la protagonista es ella, la madre de Jesús, María. 
        La expresión: “en aquellos días” con la que empieza este evangelio, en muchos casos, no deja de ser una adicción redaccional utilizada por los evangelistas para unir entre sí distintas escenas que no tenían, en origen, continuidad temporal.  En otros casos esta expresión quiere señalar que el marco cronológico entre dos escenas es distinto.  En nuestro caso la expresión “en aquellos días” contiene también, a mi modo de ver, una enseñanza.    “En aquellos días” María ya había recibido la visita del ángel Gabriel, “en aquellos días” María ya sabía que Dios la había elegido para ser la madre del Salvador.   El que María estuviera viviendo unos días tan absolutamente especiales no le impidieron olvidarse de sí misma y pensar en los demás.   María, en aquellos días, tuvo noticias de que su prima Isabel había concebido un niño.  No se lo pensó dos veces. “se puso en camino y fue aprisa”.  Cuando se trata de servir a los demás no hay que perder mucho tiempo en pensar si será adecuado, si acogerán bien nuestro servicio… María actúa con determinación.
      El camino que tuvo que hacer María hasta llegar al pueblo de Isabel y Zacarías, los padres de Juan, no tuvo que ser nada fácil.  Nazaret estaba en el norte de Israel, la aldea a la que se dirige María es “un pueblo de Judá”, posiblemente Ain Karim, cerca de Jerusalén, al sur. Varios días de camino.  Cuando María llega a su destino, se produce el encuentro con Isabel y Zacarías. Esta visita, inesperada, producirá una gran emoción en Isabel. Esta visita recuerda un tema muy querido por el evangelista san Lucas, al  cual le gusta mucho presentar esta idea: “Dios mismo ha visitado a su pueblo”.  Dios, con la encarnación de su hijo Jesucristo ha querido unirse para siempre a la historia de los hombres.   Ahora, antes de la Natividad, es María la depositaria de las bendiciones divinas. Por eso la palabra de María, el saludo, produce efectos divinos (se llenó del Espíritu santo).   La sorpresa de Isabel ante esta visita manifiesta la sorpresa humana, tan lógica, que se produce cuando nos sentimos visitados por Dios.   Alguna vez es posible que hayamos pensado como Isabel: Señor, pero si soy tan poca cosa, ¿cómo te vas a fijar en mí?
¿Por qué María actuó así? La clave está al final de este evangelio, y la pronuncia Isabel en forma de elogio.  María ha actuado así porque es una mujer de fe.  Es el mejor atributo para María.  Es una mujer que se ha fiado absolutamente de Dios.  Y el que se fía, el que cree, lleva la alegría consigo (“dichosa tú”).  Y la profunda fe junto con la alegría te lleva a darte, a entregarte a los demás, como hizo María.   Realmente, una mujer admirable, de quien podemos aprender tanto.

Rubén Ruiz Silleras.
 

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