Comentario evangélico. Epifanía del Señor, C.

Domingo de la Epifanía del Señor, ciclo C.  6 de enero de 2013.  Mateo 2,1-12.

“Hemos venido a adorarle”.

Contemplamos este hermoso evangelio en el que los protagonistas humanos son unos “magos venidos de las regiones de oriente”.  Mucho hemos escuchado en los últimos días sobre la figura de los reyes Magos a propósito del último libro de nuestro Papa Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús. Me permito transcribir unas palabras suyas que pueden ayudarnos a comprender el mensaje profundo de este evangelio: “Queda la idea decisiva: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo”.  

Estos tres hombres buenos que salieron de su lejana tierra (tanto en oriente como en occidente el hombre busca a Dios) con el deseo de encontrar y adorar a Dios contrastan enormemente con Herodes y los representantes del pueblo judío (sacerdotes y escribas) que no supieron descubrir el nacimiento de Cristo.  No supieron interpretar sus propias Sagradas Escrituras que profetizaban que el Mesías habría de nacer en Belén de Judá, pues así lo aseguraba la profecía de Miqueas 3,1-5, con la que responderán los consejeros de palacio al rey Herodes cuando éste, sobresaltado, les pregunte por el lugar en el que había de nacer el Mesías. La constatación de que había nacido un niño que, según las Escrituras, estaba destinado a ser rey de los judíos ponía en grave peligro su poder.  Por eso esas palabras con las que despide a los magos (“id, averiguad, avisadme, iré yo también”) solo las podemos interpretar desde el cinismo y la hipocresía de un hombre falso que no buscaba a Dios sino su propia seguridad.  Los magos habiendo percibido correctamente la intención de Herodes regresarían a su tierra por otro camino. 
Pero este rey sombrío y sanguinario no puede conseguir desplazar nuestra atención de lo central de este evangelio: la escena de la adoración de los magos.  Al final estos hombres, guiados por la estrella, llegan hasta el lugar donde había nacido el niño. Estaban ante el final del camino de su búsqueda interior: Jesucristo.  Habían recorrido miles de kilómetros, peripecias, dificultades, inclemencias… pero ahora estaban ante Él.  Ya no hacía falta palabras.  Se arrodillaron y le ofrecieron sus presentes.  El evangelio nos dice que regresaron a su tierra. Tenemos que imaginar que regresaron siendo otros.  Porque habían encontrado a Dios.   De estos hombres, sabios de la antigüedad, podemos aprender: siempre en búsqueda de Dios, sin cansarnos, sin rendirnos ante las dificultades.  Buscar a Dios, adorarle, postrarnos ante Él, y ofrecerle nuestros más preciados regalos: nuestra vida, nuestro corazón, todo nuestro ser.


Rubén Ruiz Silleras.

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