Comentario evangélico. Domingo 2 C Ordinario.

II Domingo del Tiempo ordinario, ciclo C. 20 de enero de 2013.  Juan 2,1-11.

“Haced lo que Él os diga”.

Pocas palabras encontramos en los Evangelios tan rotundas como éstas: “Haced lo que Él os diga”.  El hecho de que sea la Virgen María quien las pronuncie le confieren un carácter entrañable, como esos consejos cariñosos que todos aprendimos de nuestras madres cuando éramos chicos.
Con todo y afirmando la relevancia singular de estas palabras de la Virgen podríamos precisar que lo más importante de este texto no serán estas palabras sino la presentación que hace el evangelista Juan de la persona de Jesucristo.   El contexto donde se produce esta escena es una pequeña aldea de Galilea, Caná, quizás cercana a Nazaret.  El motivo es un motivo de alegría: una boda judía.  A ella ha sido invitada María y también Jesús y sus discípulos. La alegría de esta fiesta pronto se ve ensombrecida: los nuevos esposos o quien se encargara de los preparativos de la fiesta no han hecho bien las previsiones: falta el vino.   La virgen percibe esta situación y por eso acude a su hijo.  
Fijémonos en la respuesta que Jesús da a su madre: “déjame, todavía no ha llegado mi hora”. ¿Qué es esto de la “hora” de Jesús?  La expresión “la hora” es un concepto teológico clave que se repite en el cuarto evangelio.  La hora de Jesús es el momento de su glorificación, es decir, su muerte en la cruz y resurrección.  Solamente en este momento, en esta “hora” el misterio de Jesús llegará a su plenitud.  Ahora, en Caná, estamos al inicio del ministerio público de Jesús, por eso Él mismo dirá a su madre que no ha llegado el momento de su manifestación pública y total.  Jesús irá desvelando poco a poco su identidad y por eso va a realizar este primer signo de su poder.  Los sinópticos hablarán de milagros.  El evangelista Juan hablará de signos. La realidad es la misma: milagros y signos estarán al servicio de la fe en Jesús.  Lo confirma el propio evangelista cuando nos dice que, gracias a lo allí ocurrido, creció la fe de sus discípulos en Él.
No hay que olvidar otro detalle precioso de este texto. El vino que Jesús convirtió y puso a disposición del mayordomo de la boda, no fue cualquier vino. Fue el mejor vino, el que normalmente en las bodas se ponía al principio.  Este vino nuevo y mejor es imagen de la vida (sangre) de Cristo que inaugura el tiempo de la Nueva y definitiva Alianza.  En esta lectura alegórica, que hicieron los santos Padres, el vino que se ha agotado es sinónimo de todo lo caduco, lo pasajero, de todo lo malo.  El vino nuevo que representa a Jesús es sinónimo de una nueva vida llena de luz y de sentido.  Hagamos caso a María.  Miremos a Jesús e imitemos su vida.  Dirá Juan que en la Luz (Cristo) no existe tiniebla alguna (pecado).   De igual modo, llenemos nuestros odres del vino nuevo (que es Cristo) y dejemos al borde del camino el vino peor (nuestras miserias y debilidades).


Rubén Ruiz Silleras.

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