Comentarío evangélico. Santísima Trinidad C.

 

 

Domingo de la Santísima Trinidad, 26 de mayo de 2013. Ciclo C, Juan 16,12-15.

La Trinidad, misterio de amor.

          Nuestro evangelio de hoy es un texto muy corto, y en él no encontramos ninguna información para encuadrarlo correctamente.  Por eso, es muy aconsejable, coger la Biblia que tengamos en casa y poder leer el contexto en el que se encuentra nuestro texto.  Haciendo esto descubrimos que estas palabras de Jesús fueron pronunciadas después de la última cena con los suyos, la tarde de jueves santo, poco antes del prendimiento.  Estas palabras de hoy forman parte de un discurso más amplio (Jn 16, 1-15) en el que Jesús instruye a los suyos sobre la necesidad de la venida del Paráclito.  En pocos versículos  el autor del cuarto evangelio nos presenta y nos pone en estrecha relación a las tres personas de la Trinidad, fiesta litúrgica que celebramos en este domingo. El evangelista Juan describe (mejor que ningún otro evangelista) con detalle las relaciones estrechas que unen a Dios Padre, al Hijo y al Espíritu. Desde nuestro texto de hoy aprendemos que la Revelación de Jesús (y por tanto de Dios) no quedará completa hasta que no llegue Él, el Espíritu Santo.  Así el Espíritu no se presenta como algo poco importante, sino todo lo contrario, sólo gracias a Él llegaremos a la comprensión plena de la verdad.  Y la verdad, como leemos en este mismo evangelio es Cristo mismo que es el único que nos puede conducir al Padre: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.  Nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). El Espíritu Santo cumplirá, cuando Jesús no esté, la misión de hacerlo presente.  Será como el garante de la memoria de Jesús para que los hombres nunca olvidemos ni su mensaje ni su persona. Y teniendo a Jesús presente en nuestras vidas, tenemos asegurado el acceso al Padre: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).  La relación entre Jesús y el Padre es igualmente estrecha: “Todo lo que tiene el Padre es mío”.  A Jesús le hemos escuchado igualmente decir en otro momento: “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11).  Por eso, el Espíritu solo nos puede transmitir a Dios.  Lo que escucha, lo que aprende, lo que oye al lado del Padre y del Hijo, esto es lo que nos ha de  comunicar.   Esto es lo mismo que Jesús hizo en su ministerio terrestre, Él solo hizo y dijo lo que había oído y visto hacer a Dios Padre: “por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí” (Jn 12,50). Estas estrechas relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu nos pueden evocar (con las debidas reservas) la imagen de una familia humana.  En una verdadera familia los lazos son estrechísimos y están basados en el amor.  La Trinidad es también un misterio de amor.  Por amor Dios Padre creó el mundo, la naturaleza y el hombre.  Por amor, Dios lo redimió a través de su Hijo Jesucristo.  Por amor, Dios continúa asistiéndonos con la fuerza de su Espíritu Santo.  A lo mejor, lo realmente importante no es explicar tanto la Trinidad, sino intentar vivir cómo ella, siempre desde el amor.

 

Rubén Ruiz Silleras.

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