Comentario evangélico. Domingo 6 ordinario, ciclo A.

Domingo VI del Tiempo ordinario, ciclo A. 16 de febrero de 2014. Mateo 5,17-37.

CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

        Esta locución latina fue pronunciada por el baron de Pierre de Coubertain en la inauguración de los primeros juegos olímpicos de la era moderna, en el año 1896 en Atenas: “más rápido, más alto, más fuerte”. Hoy Jesús en el evangelio nos va a hablar de la Ley. Pero no de una ley que nos obliga, o que elimina o coarta nuestra libertad, sino de una Ley que nos empuja a un lugar más alto. Efectivamente, no se puede ser cristiano de cualquier manera. La mediocridad o el conformismo casan mal con el cristianismo.

        Veamos detenidamente el evangelio. Las primeras palabras de Jesús ya nos ponen en situación. Los enemigos de Jesús (fariseos, escribas..) le solían acusar de que no cumplía la ley que Dios dio a Moisés en el Sinaí. Por eso Jesús ahora dirá que no ha venido a abolir esa ley, sino que ha venido a darle plenitud y su correcta interpretación. No serán leyes distintas. La ley antigua, la del Sinaí, ya prescribía el amor a Dios y el amor al prójimo. Jesús renovará y dará mayor fuerza a estas antiguas leyes. Y este es el mensaje para todos nosotros: solo por amor, por verdadero amor a Dios uno puede esforzarse en cumplir los mandamientos. Solo por amor uno puede ir más allá de sus propios intereses, egoísmos, particularidades y pensar más en el otro.

        Jesús va desgranando en este evangelio distintos ejemplos donde nos invita a ir más allá, a correr más fuerte, por ejemplo, en el ejercicio del perdón. ¿Qué es eso de estar enfadado con alguien y acudir a celebrar el sacramento del amor (la eucaristía) como si no pasara nada?

        Jesús hila muy fino porque nos quiere lo más semejantes a Él, así también nos avisa (con el ejemplo del adulterio) que no solamente es pecado “hacer” sino también “pensar”. En la cultura mediterránea de entonces el ojo era el órgano a través del cual se manifestaban algunos malos deseos, sobre todo la envidia y la avaricia. Y la mano era el órgano de la acción, a través del cual se podían llevar a cabo estos deseos. Antes que en el ojo y en la mano, los peores sentimientos del hombre tienen su origen en el corazón. Será pues necesario purificar primero nuestro propio corazón de toda mancha, antes que pensar en otra cosa.

        La ley judía antigua sí que contemplaba la separación matrimonial. Aquí Jesús corrige esa práctica y la única excepción que contempla parece que pueda responder a alguna situación específica de la primitiva comunidad cristiana. Se mantiene, no obstante, el criterio claro de que en la voluntad del Creador el hombre y la mujer deben permanecer unidos para siempre (Mt 19,5).

       Además: no jurar, cumplir las promesas hechas al Señor… la Ley de Jesús nos invita a correr más alto, más rápido, más fuerte. A dar lo mejor de nosotros mismos. Para construir un mundo nuevo, más justo, más humano. Para correr esta carrera hay que entrenar cada día. Solo hay una razón para correr en este estadio: el amor profundo a Dios. Amor que nos hace más libres y, -sin duda- mejor personas.

    Rubén Ruiz Silleras.

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