Comentario evangélico.. Domingo 3 Cuaresma, ciclo A.
Domingo III de Cuaresma, ciclo A. 23 de marzo de 2014. Juan 4,5-42.
Mírame, te hablo a ti.
La mujer samaritana no salía de su asombro: un judío que le dirige la palabra y le pide de beber. Luego le dice que tiene un agua que quita la sed para siempre. Eso estaría muy bien así no tendría que volver más al pozo. Luego desconfiaría cuando Jesús le preguntó sobre su marido. La respuesta de la samaritana pretende esconder su vida personal, un poco desordenada diríamos. Su extrañeza llegaría a confusión y asombro cuando ese caminante le comunica que conoce bien su vida personal. La samaritana concluye que Jesús no puede ser más que un profeta. Y quiere desviar la conversación de sus asuntos personales y dirigirla a cuestiones del culto que enfrentaban a los judíos y los samaritanos. No, querida samaritana, Jesús no es un profeta, es mucho más que un profeta, es el Ungido del Señor. Tampoco los discípulos estarán especialmente despiertos hoy, pues cuando Jesús les hable de cuál es su verdadero alimento ellos tampoco entenderán.
El evangelista Juan describe este diálogo entre Jesús y la samaritana con gran riqueza de detalles: la hora de más calor del día; en una tierra inhóspita, árida, en la cual el agua es necesaria para la vida como en ningún otro lugar; Jesús se encuentra solo, los suyos han ido a comprar comida al pueblo. Y ve llegar a esta mujer, y a pesar de estar Él cansado por la fatiga del camino quiere ofrecerle a esta mujer que llega la verdadera solución para su vida. Jesús le habla del agua de la vida que es Él mismo. Pero la mujer está en otro plano, se mueve en otras categorías, demasiado centrada en sí misma: quizá lo que lleva en el corazón, sus problemas, le impiden descubrir que quien tiene delante es Dios mismo.
De la samaritana podemos aprender. Nuestros problemas nos pueden impedir ver a Dios. Nosotros a lo nuestro. Y sin embargo Dios quiere captar toda nuestra atención. Pero Él, que es muy paciente, de nuevo nos dice: mírame, te hablo a ti. Olvídate, aunque sea por un momento de ti y acoge esta invitación: Yo, el que habla contigo, te ofrezco el agua de la vida, el agua que te conducirá hasta la vida eterna.
El evangelio no acaba aquí. Una vez que Jesús ha revelado a la samaritana su verdadera identidad, ella vuelve a su pueblo y cuento todo lo que ha vivido. Y con su testimonio condujo a algunos de su pueblo hasta Jesús y éstos le pidieron que se quedara con ellos. Luego estos samaritanos experimentaron personalmente a Jesús y creyeron en Él, sin necesidad ya de testimonios de nadie.
Muchos hemos llegado a querer a Jesús porque alguien un día nos habló de Él. Luego, conocimos a Jesús y experimentamos que Él es nuestro Salvador, el agua que puede calmar toda sed. Y ahora, con gozo, podemos llevar a otros hasta Jesús. Y ofrecerles su agua: cuando la prueben por vez primera, ya nos podremos retirar. Han encontrado a Jesucristo y ya Él se encargará de cautivar sus corazones.
Rubén Ruiz Silleras.