Comentario evangélico. Domingo 2 Pascua, ciclo A.
Domingo II de Pascua, ciclo A. 27 de abril de 2014. Juan 20,19-31.
El amor no necesita pruebas.
Quien ama confía. Se fía de la persona a la que ama, se fía de su palabra, de su amor y no necesita pruebas. Tomás quería ver y tocar para creer. Su encuentro con Jesús resucitado le cambiará y seguro que después del mismo ya no necesitó más verle para creer en Él. No vamos a juzgar la duda de Tomás. ¡Faltaría más! ¿Quién de nosotros no ha flaqueado alguna vez en la fe y en el amor? Pero de la contemplación de Tomás y del resto de este evangelio podemos, sin duda, salir fortalecidos. Vamos a ello.
Los discípulos creen todavía que la vida de Jesús ha acabado en la cruz. Por eso están con miedo y con las puertas cerradas. Jesús resucitado aparece en medio de sus vidas para disipar los miedos y las dudas. Para poner paz en sus vidas. Éstas son sus primeras palabras: “Paz a vosotros”. La llegada de Jesús ha cambiado el miedo en alegría. Aquellos hombres seguro que pensarían: “Es verdad. Jesús ha resucitado. Sigue estando con nosotros. Es la mejor de las noticias”. Sí, así es, así lo creemos también nosotros. Pero el texto nos dice, con precisión, cómo Jesús no solo ha venido a serenar los corazones de los suyos. Esta aparición del Resucitado tiene aún un objetivo mayor: la misión. Hay que ir afuera, hay que salir, hay que continuar la misión de Jesús. El envío del Espíritu santo y la potestad de perdonar los pecados son señales inequívocas de que la misión que han de empezar los discípulos es la misma misión de Jesús.
Es en este momento del relato cuando se introduce el episodio de Tomás. Los discípulos le cuentan lo que ha pasado y él se niega a creer. Un detalle del texto: la primera vez que Jesús se aparece les enseñó las manos y el costado. Ahora Tomás quiere ver la manos de Jesús y meter su mano en su costado. No son detalles sin importancia. Se trata de expresar así la identidad profunda entre el Crucificado y el Resucitado. Es la misma persona, no hay engaño, ni sustitución, ni robo del cuerpo. Cuando Jesús se aparece estando Tomás en la casa le ofrece sus manos y su costado. Era lo que Tomás había solicitado ocho días antes. Pero ahora ya no le hace falta. Se ha dado cuenta de su falta de fe. Y en su confesión de fe podemos imaginar una implícita petición de perdón a Jesús: “perdona mi poca fe, Señor mío y Dios mío”. Jesús no reprochó a Tomás su duda de fe. Pero le dirigió unas palabras que son fundamentales para la vida de la fe, para todo tiempo y lugar: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Los versículos finales de nuestro texto eran el final del evangelio de Juan en su primera edición. Posteriormente se le añadió el capítulo 21. Por eso encontramos aquí bellamente explicado el motivo último de por qué Juan escribió su evangelio: para que creyendo en Jesús tengamos vida en su nombre. Creer en Él sin haberle visto nunca. Creer en Él porque el amor no necesita pruebas. Creer en Él para ser felices y vivir para siempre.
Rubén Ruiz Silleras.