Comentario evangélico. Corpus Christi, ciclo A.
Domingo del Corpus Christi, ciclo A. 22 de junio de 2014. Juan 6,51-58.
Nadie da tanto
El inicio del capítulo 6 del evangelio de Juan nos narra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Al relato de este milagro (Juan habla más bien de “signos”) le sigue un largo discurso de Jesús sobre el pan vivo. Los panes y los peces habían saciado el hambre material de un gran número de gente. Ahora Jesús nos habla del alimento espiritual que es igualmente necesario para el hombre.
Este alimento espiritual no es una imagen o una metáfora o una ideología, este alimento es el mismo Jesús. Lo encontramos así formulado en una de las típicas frases joánicas: “Yo soy el pan vivo”. Dos veces, al inicio y al final de este evangelio, repite Jesús la misma idea con casi idénticas palabras: “el que coma de este pan vivirá para siempre”. Y de nuevo la encontramos formulada en términos parecidos: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Al inicio del discurso los judíos le habían pedido a Jesús un signo para que pudieran creer en Él. Y habían argumentado que en los tiempos de la Antigua Alianza Dios Padre sí que había concedido signos a sus padres, pues en el periplo de 40 años por el desierto les había mandado el maná que les sirvió de alimento. Ahora, en nuestro evangelio, Jesús da respuesta a esta petición. Y compara aquel maná con el pan vivo que es Él mismo. Aquellos padres comieron aquel maná y murieron. Aquel maná solo remediaba el hambre corporal. El alimento que es Jesús remedia el hambre de Dios y concede la vida para siempre.
Aquellos judíos que escuchaban a Jesús no podían pensar en la Eucaristía. Aún faltaba mucho para que llegara el jueves santo y Jesús en el cenáculo instituyera este sacramento. En aquel momento sus discípulos, que seguro estarían entre los judíos que escucharon este discurso, entenderían mejor aquellas palabras de Jesús. Nosotros, sin embargo, sí que conocemos el significado de la Eucaristía. La vivimos y la celebramos. Por eso podemos entender mejor el evangelio de hoy. Que es, sin duda, una invitación a que demos muchas gracias a Dios por el cuerpo y la sangre de Jesús que son el alimento necesario para nuestras vidas. También hoy será un día para examinar cómo nos acercamos a la Eucaristía y a la comunión. Si participando del cuerpo del Señor, Él nos promete la vida eterna, esto significa algo muy grande, algo enorme, algo que nadie puede hacer, es en definitiva un don y un regalo. Así la Eucaristía donde participamos de este alimento puede llenar de sentido nuestra vida terrena y fortalecer nuestra esperanza en la vida eterna. No, no nos podemos privar de semejante regalo pero aceptar este regalo implica una responsabilidad: prepararnos para recibir dignamente al Señor en la Eucaristía. Comunión sacramental. Comunión para la vida eterna. Y comunión también de vida con el Señor: que cada día de nuestra vida, nuestras palabras y actos demuestren que somos uno con el Señor.
Rubén Ruiz Silleras.