Lecturas Dedicación Basílica San Juan de Letrán.
Domingo XXXII del Tiempo ordinario, ciclo A. 9 de noviembre de 2014. Juan 2,13-22. Dedicación Basílica Letrán.
El verdadero Templo es Jesús
El pueblo judío era un pueblo profundamente religioso. Así, el sucesivo paso de los días se articulaba en torno a espacios dedicados a Dios: eran las fiestas judías. La Escritura nos da testimonio de muchas de ellas pero la más importante era la fiesta de la Pascua. Tenía un carácter anual y celebraba el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de Egipto. Al principio la Pascua se celebraba en las casas particulares, pero ya en tiempos del Nuevo Testamento ésta se convirtió en una de las principales fiestas que se celebraba en el templo de Jerusalén. Por eso, durante la Pascua, Jerusalén era un hervidero de judíos venidos de los rincones más lejanos para celebrar la fiesta. Allí cada uno presentaba a Dios su ofrenda. Según la capacidad de cada uno: los más ricos ovejas o bueyes y los menos afortunados ofrecían palomas. No cualquier moneda valía en el templo, ni la moneda romana ni la extranjera. Solo valía la moneda judía, por eso era necesaria la presencia de los cambistas.
Este es el marco en el que se desarrolla nuestro evangelio de hoy. Todos conocemos el alboroto que puede llegar a formar una gran aglomeración de personas, puestos de animales, los cambistas con su negocio (¿seguro que no se aprovecharían de los pobres peregrinos venidos de lejos?). Esto es lo que vería Jesús cuando Él se acercó al templo a celebrar la Pascua. Todo aquel bullicio podía hacer que se olvidara el objeto final de la fiesta pascual: que era alabar a Dios por el gran cariño que había demostrado –y lo seguía haciendo- hacia su pueblo. La preocupación no debía ser, por tanto, conseguir una paloma un poco más o menos presentable para ofrecerla en sacrificio. No, era Dios. Solo Dios.
Aquí tiene lugar el gesto de autoridad de Jesús. Sus palabras explican claramente su actuación: no se puede convertir lo más sagrado en un mercado. La reacción enérgica de Jesús no es bien recibida por algunos de los judíos que le interrogan por su gesto. Jesús responde entonces con una frase misteriosa que, en definitiva, es el centro del evangelio. Estos judíos no le entienden, creen que está haciendo referencia al templo que construyó Herodes el grande, que lo puede reconstruir en tres días. La pregunta de los judíos: “¿tú lo vas a levantar en tres días?” está cargada de ironía. Es el propio evangelista Juan el que aclara el misterio: Jesús les estaba hablando de su cuerpo. Es Jesús el nuevo Templo de Dios.
Este es el mensaje central de este evangelio y no si Jesús utilizó más o menos el azote de cordeles; no puede ser violento quien nos ha pedido que al mal respondamos siempre con bien (Mt 5,37). En Jesús tenemos acceso directo y libre a Dios. A este Dios de la Pascua que también a nosotros nos ha liberado de nuestras esclavitudes y miserias. Este Templo que es Jesús está abierto todas las horas del día. No perdamos esta oportunidad.
Rubén Ruiz Silleras.