Comentario evangélico. Domingo 5 Cuaresma, ciclo B.
Quisiéramos ver a Jesús
Como los gentiles, también nosotros queremos verle. Nos gustaría verle vigoroso, como en el día de su Bautismo; servicial, como en Caná; valiente, como en su predicación pública; deslumbrante, como en el Tabor; amante, como en la Última Cena. Y lo vamos a ver como el grano de trigo que cae en tierra y muere. Lo vamos a ver y nos darán ganas de volver el rostro. Lo vamos a ver maltratado, roto, apaleado, destrozado, crucificado, muerto. Pero el grano “si muere da mucho fruto”.
A nosotros nos conmueve y, a la vez, nos desconcierta verle así, en la Cruz, aplastado por nuestros pecados, abrazado a ella por nuestro amor. Y, ¿él?, ¿cómo se veía él? “Mi alma está agitada”, “líbrame, Padre”, “pero si por esto he venido”. Sí, está claro que “a pesar de de ser Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer”. La Cruz pesa y escandaliza. Incluso escandaliza a los teólogos -a los malos teólogos- que quieren borrar la Cruz gloriosa de la vivencia de la fe en la liturgia y en toda obra de Cristo en la Iglesia. Incluso quieren borrarla de la presencia en el mundo, convirtiéndose en “enemigos de la Cruz de Cristo”. Pero no hay otra forma. Las profecías se cumplen en Cristo muerto y resucitado. La hora de Jesús es el centro de la historia, de la teología y de la Biblia. Es el centro de mi vida. Tanto que, al estar unido a él por el bautismo, su hora es mi hora. Su muerte es mi muerte. Su vida es mi vida. Su gloria es mi gloria. Pero a mi, que quería ver, me cuesta tanto ver a Jesús, el Cristo, “elevado sobre la tierra, atrayendo a todos hacia mí”...
“Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Estas palabras del cielo están dichas por nosotros y, por eso, son palabras que nos juzgan. Estamos en el momento de decidir: ¿por quién tomo partido?, ¿por el príncipe de este mundo”, o ¿estoy dispuesto a entrar en la Ciudad Santa y ser atraído por el Hijo del Hombre elevado sobre el madero? No son preguntas retóricas, porque el Señor nos está preguntando si estamos con él y no sirve una respuesta antigua. Se hace necesaria la respuesta nueva del que no se considera digno de ser llamado cristiano, pero que confía en la gracia y está dispuesto a aborrecerse a sí mismo.
Es cuestión de hoy, no lo retrases más, pues “ha llegado la hora”. ¿Dices que amas a Cristo? Pues pasa más tiempo con la persona que amas. Aprovecha estos últimos días de Cuaresma para que, muy cerca de María, “vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a Jesús a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”.
José Antonio Calvo Gracia