Comentario evangélico. Domingo 12 Ordinario, ciclo B.
Señor de cielo y tierra
Es fácil confesar con la palabra que Dios es señor de cielo y tierra. Los cristianos constantemente lo hacemos, incluso con un regusto que nos hace mantenernos en una vibrante emoción agradecida. Sin embargo no es suficiente. Pensemos en el célebre y valorado Cántico de las Criaturas, de san Francisco de Asís. Laudato sii, o mio Signore, cantamos. San Francisco no se solo se quedó pasmado ante la naturaleza que muestra en su belleza y armonía el rastro de su autor. El Pobre de Asís comprendió que su alabanza debía comprometer su libertad y por eso dió un paso al frente, para reconstruirse y reconstruir. Ahí está la santidad. Ver y entender lo bueno y quererlo con toda el alma y con todo el ser, acogiéndolo para que mi vida sea un cántico nuevo.
Jesús hoy dice a los apóstoles “¿por qué sois tan cobardes?”. Lo pregunta a quienes se han quedado pasmados ante su poder, manifestado ante un huracán que por la voz poderosa del Señor se desvanece y convierte en una gran calma. La pregunta sigue resonando y a mi me hace mella. Parece que seguimos consolándonos con una religiosidad emotivista, dulzona. Alguno hasta se considerará contemplativo, pensando en una quietud que nada tiene de cristiana. En nuestra tradición lo más activo que existe es la contemplación, pues consiste en rendir todas las facultades ante quien es de verdad Señor de cielo y tierra, haciendo lo que él nos manda.
El evangelio de hoy es una llamada a contemplar la luz de Dios, quedar radiantes y manifestar a todos las realidades de la vida humana que no hay otra salvación que la que Dios nos regala en Cristo. El hijo de Dios no puede permanecer retraído, oculto y miedoso. Esto sería la muestra evidente de que la fe de la que presume no es la fe virtud sobrenatural, sino una ideología. La fe obra prodigios, realiza la gracia que expresa. El cristiano en el mundo está siempre apremiado, urgido “por el amor de Cristo” y, por eso, es el más firme comprometido en la gloria de Dios y en el bien del hombre. Lo uno y lo otro. El cristiano no para y por eso hablamos del evangelio de la familia y del evangelio del trabajo: en todos los ambientes confiesa la buena noticia que ha recibido y que, bajo la guía del Espíritu Santo en la iglesia, lucha por vivir. Es la hora de levantar la cabeza, pues nuestro Dios es un Dios que salva.
María, virgen-madre, es testimonio del poder de Dios sobre todas las criaturas, sobre la naturaleza y sobre la libertad. Si ella es virgen y, siendo madre, permanece virgen, nosotros podemos ser humildes y valientes, contemplativos y activos, místicos y misioneros, santos. Como Jesús. Como María.
José Antonio Calvo Gracia