Comentario evangélico. Domingo 14 Ordinario, ciclo B.
Saciados de desprecios
No es el discípulo más que su maestro. Nosotros discípulos de Jesús, tampoco. Debemos lavar los pies y mirar con compasión orante y caritativa a quien nos humilla. El experto en perdonar humillaciones es él, pero también nosotros tenemos abundantes oportunidades para curtirnos en este menester de disculpar y que resulta escandaloso para el mundo y los que son del mundo.
“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. La casa es común a todos y bien podría ser denominada mundo; ¿los parientes? Podríamos poner que son nuestros hermanos hijos de Dios, miembros de la iglesia. Al cristiano coherente o, lo que es lo mismo, santo se le desprecia cuando vive como Jesús y se le aplaude cuando niega a su Señor o, simplemente, cuando peca. Las razones del desprecio por parte del mundo son variadas: el cristiano es alternativo y como Juan Bautista critica las costumbres desviadas de los que triunfan ante el aplauso de los frívolos; los cristianos son generosos y tienen hijos y pueblan la casa común; los cristianos son los más honrados y no toleran el tráfico de influencias y hasta rezan por los que les odian; llevan siempre en los labios el nombre de Jesús. Las razones del desprecio por parte de otros miembros de la iglesia son desgraciada y frecuentemente de la misma especie de las que el mundo dirige a los cristianos. ¿Por qué? Porque el cristiano que desprecia es una persona que intenta servir a Dios y al dinero o encender una vela a Dios y otra al diablo. Es sal desvirtuada, está mundanizado. El cristiano que desprecia a sus hermanos no ha superado la barbarie de la crítica y piensa que lo específico de su tarea es denunciar y denunciar sin reparar en la viga de su ojo. Con frecuencia los fundadores de comunidades, institutos religiosos, nuevos carismas sufren el acoso de los cristianos viejos (los que no se han desprendido del hombre viejo que atenaza su nueva condición bautismal y no calibran que en vez de servir están consagrándose a conservar su poder). En todo caso, esta persecución que llega desde fuera y desde dentro de la iglesia no es más que el cumplimiento de la promesa de Jesús.
¿Cómo responde el buen hijo de Dios? Sin rabia, haciendo lo que puede sin echar nada en cara, recorriendo otros pueblos, saliendo a las periferias para enseñar, vive “contento en medio de sus debilidades, insultos, privaciones…”. Está convencido, como la Virgen del Magníficat, de que cuando es “débil, entonces es fuerte”. Entonces ya no cabe el miedo, “te hagan caso o no te hagan caso, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”. Nuestro panorama social y eclesial no dista mucho de este pueblo rebelde al que el profeta es enviado. Lo único que no podemos permitirnos es callar el nombre de Dios y su gloria. Si lo hacemos, ahí está nuestro pecado. Nuestra traición a él y al pueblo al que hemos sido enviados.
(N. B.: Aunque nos callemos, nos seguirán odiando, pero habremos perdido la posibilidad de ser mártires).
José Antonio Calvo Gracia