Comentario evangélico. Domingo 16 Ordinario, ciclo B.
El pastor que no espanta
El pastor que no espanta es Jesús, se compadece de la multitud desnortada y se pone a “enseñarles con calma”. No están desnortados porque no haya quien se haya puesto delante, marcándoles el camino. Están desnortados porque sus guías son guías ciegos y buscan imponer su visión imposible de la realidad y de la vida. Argumentos les sobran: unos machacan la razón, otros enardecen las pasiones. De este modo el pueblo es masa desordenada, turbamulta que obedece a los dictados de los tiranos disfrazados de príncipes de la paz y la solidaridad.
Como escribía Bessière, “en nuestra época, en la que las sociedades y la iglesia son testigos de tantas incertidumbres y acalorados debates, hace falta que Jesús nos enseñe”. Y lo hace, solo hay que escucharle. Y sigue enseñando a la humanidad, solo hace falta que se le escuche. También hace falta que los que le escuchan e intentan obedecerle lo anuncien. Este anuncio, como el culto cristiano, debe hacerse “en espíritu y verdad”. Ambas condiciones, el espíritu y la verdad, no se oponen a la expresión pública del anuncio, sino que son la base en la que se sustenta el testimonio explícito. El nuevo espíritu es el reconocimiento de la dignidad del hijo de Dios y es este mismo espíritu el que guía al conocimiento de la verdad.
Para anunciar/enseñar es necesario vivir en la escuela de Jesús: una academia en la que se trabaja y se descansa, pero en la que siempre se está con Él. Es la única manera de vivir la apostolicidad de la iglesia de la cual, por el bautismo, todos somos partícipes. Es el único modo de ser con Jesús pastores que no espantan. No pastores que difuminan las enseñanzas. No pastores que solo se dedican a la gestión teórica del anuncio. No pastores que desprecian la inteligencia de la fe en favor de un activismo alienante. Pastores que tienen sus ojos y oídos, su corazón, puestos en el cayado del único pastor que guía al rebaño de las tinieblas a la luz.
Pastores que descansan con este pastor que es llamado “El-Señor-nuestra-justicia”. Podemos quedarnos con este pensamiento. Jesús es consciente de que la misión consume y por eso nos llama a descansar con él. Descansar, prescindiendo de su presencia, sería un espejismo: no existe esa clase de descanso. Descansar a su lado es seguir recibiendo misericordia. ¡Ojalá aprendiésemos a descansar con él! María descansaba teniéndolo en sus brazos, mirándolo con ternura de madre. Nosotros, con ella, podemos descansar comulgándolo.
José Antonio Calvo Gracia.