Comentario evangélico. Domingo 23 Ordinario, ciclo B.
El nuevo effetá
El del evangelio de hoy es “un sordo, que, además, apenas podía hablar”. El milagro del Señor consiste en abrirle los oídos y destrabarle la lengua, declarando, tras mirar al cielo y suspirar, esa palabra que dará nombre a un expresivo signo de los ritos bautismales: “Effetá”. O lo que es lo mismo, “ábrete”. Ábrete oído para escuchar; ábrete boca para proclamar. Quizá el effetá debiera repetirse al comienzo de cada misa, al menos mentalmente, para que todo cristiano que se acerca al banquete sacrificial de la eucaristía se desprendiera de los prejuicios que le impiden escuchar la Palabra de Dios y se despojase de la sofisticada ortopedia que le dificulta comer en comunión el Cuerpo de Jesús.
El milagro de Jesús tiene lugar en el camino. No en el templo ni en la sinagoga. Acontece en un camino que discurre por territorio pagano. Territorio pagano no quiere decir que no sea religioso, sino simplemente que no adora al Dios verdadero. Un camino que no resulta muy diferente al que discurre entre Jaca y Teruel, zigzagueando entre Barbastro-Monzón, Huesca, Zaragoza y Tarazona. Este camino aragonés, como todos los de la vieja Europa, es bastante religioso, pero debe ser más cristiano. De ahí la urgencia de una evangelización nueva. De ahí que nosotros, cristianos de este camino, necesitemos un nuevo effetá, que nos capacite para que nuestro solar, nuestro momento histórico, nuestra cultura también reciban este mandato dulce del Señor. Aragón necesita también el effetá. Tenemos que decirlo nosotros, bajo el impulso del Espíritu Santo. Tiene que decirlo la iglesia.
Los cristianos de nuestro tiempo -laicos y clérigos- tendemos a ser muy poco expresivos. Nos da vergüenza. Con frecuencia desvestimos salvajemente a los signos de su misterio. Y el sacramento despojado del Misterio y rodeado de palabras y gestos mundanos termina destruyendo la fe. ¿A qué viene esto? Si Jesucristo, sacerdote único y eterno, no necesitaba suspirar y mirar al cielo para obrar el milagro, y sin embargo lo hacía, ¿por qué nosotros miramos solamente a la tierra? María, a quien felicitamos en las vísperas de su natividad, es buena aliada para las cosas de la fe y gran experta en elevar miradas, abrir oídos, desatar lenguas y caldear corazones.
José Antonio Calvo Gracia