Comentario evangélico. Domingo 1 Adviento, ciclo C.
Levantados, despiertos, pidiendo
“A ti, Señor, levanto mi alma”. Con estas palabras de la Palabra, elevamos a Dios la súplica de la iglesia ante la promesa de que el Señor viene y vendrá, como ya vino en la primera Navidad. Este pensamiento es rico porque nos sitúa vitalmente ante la ansiada venida: cuando el Señor viene, es Navidad y no somos capaces de concebir una auténtica navidad sin alegría. Todos los dolores y las molestias que acompañan a la inminente venida de Jesucristo son dolores “como de parto” y los gemidos, como de la primeriza que no sabe si tiene dolor o miedo, pero que está segura de que lo que viene -¡el que viene!- le va a dar una alegría que supera toda capacidad humana.
Como Jesús, el Cristo, ya vino y con su misterio pascual nos consiguió y reveló nuestro destino de hijos de Dios, podemos aguardar su vuelta levantados, una posición que denota adhesión, espera, amistad y confianza. Debemos aguardar su vuelta despiertos, porque él ya lo ha hecho todo, ya se ha entregado totalmente por amor a ti, pero queda tu respuesta y has de ir forjándola en el día a día. Tenemos que aguardar su vuelta pidiendo, porque hemos de “escapar de todo lo que está por venir y mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre”: escapar del pecado y de los pecados, afirmar la existencia de un Dios bueno como un padre, sabio y todopoderoso.
Aguardamos un sol de justicia, una nueva era. Esperamos la vuelta del Señor, como un nuevo y definitivo amanecer. Pues bien, como decía aquel místico contemporáneo, antes de que salga el sol, ya ha amanecido la providencia de Dios. Conservemos este espíritu de confianza tan propio del adviento y tiñámoslo de la misericordia que se nos anuncia. Penetremos la puerta del adviento, como penetramos el umbral de la esperanza, cruzamos la puerta de la fe y, en unos días, traspasaremos la puerta de la misericordia. Es la letanía que falta: María, puerta de la misericordia. Ora pro nobis.
José Antonio Calvo Gracia