Comentario evangélico. Domingo 4 Adviento, ciclo C.

 Visitación

Un camino, en plenitud, llevando alegría. María inicia un camino hasta Ain Karim, con su divino hijo en las entrañas -plena de Espíritu Santo- y con capacidad para revolucionar a base de alegría al hijo de Isabel y a ella misma: “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. La dicha de ser hija Dios, el ejemplo de María lo certifica, es la única noticia capaz de tornar las dificultades en encuentro gratificante y transformante.

Quiero que a la luz de este encuentro de madres y de hijos, pensemos en el potencial evangelizador de la Navidad ya próxima. Desde luego que las fiestas navideñas serán fuente de alegría, si no renunciamos a llevar con nosotros a Jesús. Jesús no es una excusa; la Sagrada Familia no es un arquetipo; María, madre de Dios, no es una creencia; los Reyes no son una tradición. No. Estas fiestas son la celebración de un aspecto esencial de nuestra fe, forman parte del misterio de Cristo y de la Iglesia: por la Encarnación y por su Nacimiento, Dios, en la persona del Verbo, ha entrado en la historia humana para quitarle y quitarnos ese factor mortífero, alienante y desgraciado que es el pecado. Ha entrado en la historia humana para rehacernos en la alegría y para ello se ha comprometido tanto, que quiere que su vida y la mía se armonicen de tal modo que no quepa confusión: Él vive mi vida para que yo pueda vivir la suya.

Alegría, alegría, alegría. No son palabras usadas y ajadas que se repiten sin sentido en los villancicos. Alegría es la realidad evangelizadora. Alegría es la misión. Alegría es nuestra mesa de Nochebuena y nuestra Misa del Gallo. Alegría es el nombre de nuestra familia: de nuestros padres y de nuestros hijos, de nuestros hermanos. Alegría es el nombre asequible para todos de Encarnación y de Pascua, de cielos nuevos y de tierra nueva. María, puerta de la misericordia, también nos vista con su alegría, con su bien, con Jesús. Ora pro nobis.

José Antonio Calvo Gracia.