Comentario evangélico. Domingo 3 Ordinario, ciclo C.
Los ojos fijos en él
Dos ambientes sagrados, con un clima de misterio, los dos iluminados por la Palabra. El primero, por la Palabra escrita y revelada. El segundo, por la Palabra encarnada y reveladora. El primero era un comienzo o un recomienzo. El segundo es nuestro tiempo, el de las profecías cumplidas: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. La primera de las asambleas, reunida por Nehemías, no se cansaba de escuchar, de oír, la Palabra. La segunda, la de la sinagoga de Nazaret, ya no solo oye la tradición, sino que VE cumplido lo que se está proclamando en la persona de quien lo proclama. Es una proclamación con autoridad, porque el que la realiza, enmedio, de pie, es la Buena Noticia, es la Gracia.
Nosotros en Cristo oímos la palabra y estamos llamados a traducirla en nuestra vida. No se trata de llevar la vida a nuestra liturgia, sino justamente de lo contrario: de llevar la liturgia, la acción sagrada, a nuestra vida, constituyéndonos en liturgos de la existencia, capacitados no por nuestra suficiencia, sino por la gracia que nos envuelve por la Palabra proclamada y la Eucaristía comulgada. Esto es el sacerdocio real del cual participamos por el bautismo: revestidos de Cristo, expandimos, en la comunión de la iglesia y con nuestras obras, el buen perfume de nuestro ser consanguíneos y concorpóreos con él.
Estamos en la víspera de la fiesta de la Conversión de san Pablo con la que concluye la semana de oración por la unidad. Concluye la semana, pero no la oración que expresa el deseo de cumplir la voluntad de Jesús: “que todos sean uno”. San Pablo, como escritor sagrado, recoge esos ecos: “bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”. La vuelta a la Palabra -escrita y encarnada- es la única posibilidad. Que sea tu palabra, oh Señor, la que sea pronunciada por nuestros labios y no nuestra palabrería. Que sea tu palabra, oh Señor, la que active nuestro corazón y no nuestras pasiones ni nuestros arrebatos. Así todos los bautizados llegaremos a la Eucaristía perfecta y no solo la celebraremos o concelebraremos, sino que la encarnaremos.
María, puerta de la Misericordia, únenos con tu oración.
José Antonio Calvo Gracia