Comentario evangélico. Domingo 5 Cuaresma, ciclo C,
De lo antiguo y de lo nuevo
Ese agua que pondrá el Señor en el desierto y que “ya está brotando, ¿no lo notáis?”, ese “algo nuevo” que está realizando tiene como referente principal la salvación realizada en Jesucristo. Es la salvación de los hombres: una salvación que los libera de los pecados y de las consecuencias de los pecados. Esta salvación es, por claras razones, la misión de la iglesia, que se realiza por el anuncio del Evangelio y la celebración de los sacramentos. El anuncio, por los sacramentos, se encarna en cada uno de los hijos fieles de la iglesia, que, convertidos en otros cristos cumplen su ofrenda de las realidades terrenas a Dios. Es decir, desempeñan lo que corresponde al sacerdocio común del que son partícipes por el bautismo.
Contemplemos lo nuevo. Lo nuevo no es el pecado. Lo nuevo no es la condena. Lo nuevo es el perdón de los pecados y la gracia que es la vida de Dios en sus hijos. Una vida que es incompatible con el pecado. Por eso, Jesús dice “tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Tanto la mujer adúltera del evangelio, como el apóstol Pablo que cuenta su experiencia más íntima en la segunda lectura saben bien de esta novedad. Ella, porque habiendo pecado, es perdonada. Él porque habiendo pecado y, también, habiendo sido acusador de Cristo y de los cristianos, se encuentra con la misericordia y corre “hacia la meta”, olvidándose de lo que queda atrás y viviendo “la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos”.
Vivir la comunión. Ya estamos vislumbrando y casi tocando con nuestros dedos la Pascua de este año, que es la Pascua de Cristo, la Pascua de la Iglesia, nuestra Pascua. No la contemplaremos ni la tocaremos si no la vivimos, como san Pablo, en “comunión” con él. Esta comunión pasa por la compasión y la misericordia de Dios y pasa por la conversión del ser humano: reconozco mis pecados y, con la vida nueva que recibo, tras acusarme de ellos en la confesión privada ante un sacerdote, soy revestido de Cristo, vestido de Pascua (blancas vestiduras, lavadas en la sangre del Cordero). María, puerta de la Misericordia, llévame.
José Antonio Calvo Gracia.