Comentario evangélico. Domingo 32 Ordinario, ciclo C.

El ‘Primogénito’


       Una expresión curiosa: ¿de entre los muertos puede nacer una estirpe nueva? Y sin embargo ahí está como clave de lectura del evangelio de hoy. La encontramos en el ‘Aleluya’ y nos invita a glorificarle. Está tomada del libro del Apocalipsis y es el reconocimiento de que su resurrección ha sido la victoria de la que participaremos todos los que estemos unidos a él. Los que estemos unidos a él por el bautismo y los que estemos unidos a él en la vida. Él ha bajado a la muerte, para ser el primero que, sin haber pecado, se levanta victorioso instaurando el reino de la vida al que hemos sido llamados los que sí hemos pecado. Gracias a él, la vida nueva es posible. En él, la vida nueva es posible.

      Vida nueva que se vive aquí y que es propia de los “hijos de la resurrección”. Otra expresión bellísima. Por el bautismo, ¡somos hijos de la resurrección! Ahora lo que toca es ser buenos hijos de la resurrección, ya que es el único camino de la bienaventuranza que la Iglesia cantó como buena noticia en la reciente solemnidad de Todos los Santos. Para ello, con el apóstol san Pablo, pedimos los unos por los otros que el Señor nos “colme fuerza para toda clase de palabras y obras buenas” y para que dirija nuestros corazones “hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo”. La paciencia… Esa fidelidad que sostiene la esperanza de los que le buscamos. Porque cuánta paciencia… Su amor es llamada para nuestro amor, pero la experiencia es que unas veces no queremos y otras veces no sabemos corresponder con nuestro amor. San Pablo lo ha vivido y por eso pide para los Tesalonicenses –para nosotros- lo que pide: la fuerza.

      Resucitar para la vida o resucitar para lo contrario. En la primera lectura, tomada del libro de los Macabeos, encontramos respuestas conmovedoras y, en particular, la del cuarto de los hijos: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. Es la sinceridad del creyente ante la crueldad de un rey que no tolera lo que está fuera de sus determinaciones. Un rey como el mundo o como el pensamiento único que en nuestro tiempo se traga a tantos bautizados en la llamada ‘apostasía silenciosa’. Diálogo, todo. Compartir, todo. Amar, siempre. Y así, en todo. Pero cuidado, el precio de servir al mundo no es la resurrección para la vida, sino para lo contrario.

      En un mes de noviembre, cuando ya declina el Año de la Misericordia -que no la misericordia divina-, es el momento de confrontarnos con Dios que nos da todo y nos pide todo, en una verdadera comunión. Salirnos de ella es estar perdidos, en la muerte. Y en este juicio, a María, puerta de la Misericordia, le pedimos que la mantenga siempre abierta, para que en la paciencia de Cristo obtengamos una y otra vez la gracia y la paz, con el perdón de los pecados.

José Antonio Calvo

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