Comenmtario evangélico. Domingo 7º Ordinario, ciclo A.
Alto nivel de exigencia
Nada de odios. Nada de venganzas. Nada de rencores. Nada de reacciones violentas. Y todavía hay personas que dicen que no tienen pecados que confesar. Y todavía hay personas que en la confesión dicen que sus pecados son los normales. No es la actitud adecuada. Claro que no lo es. ¿Entonces qué?
Ama a tus enemigos. Reza por los que quieren liquidarte. Corrige con prudencia, dulzura y seguridad al prójimo que yerra. Sed santos. Desde luego que este es un alto nivel de exigencia. Sobre todo, cuando escuchamos las razones: “Porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Porque sois hijos, sed perfectos, “como vuestro Padre celestial es perfecto”. Este último versículo del evangelio proclamado es el resumen de los proclamados en los domingos anteriores: las Bienaventuranzas… la sal y la luz… los mandamientos llevados a plenitud… la ley del amor.
La ley del amor. Con desgraciada frecuencia confundimos la actividad con la identidad. Eso que los metafísicos llaman el ‘operare’ y el ‘esse’. No se trata de que nuestras obras sean por deber obras de caridad. Se trata de que lo sean porque son la expresión limpia de un corazón santo, en el que el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo está rebosando y rebosante. El cumplimiento de la Ley es dejar que Dios sea Dios en mí, que mi libertad sea plena porque se abre a la plenitud del amor que se nos ha dado por el Espíritu. Esta es la diferencia entre caridad y filantropía, entre reino de Dios y sociedad igualitaria. Y esta es la causa de que las actuaciones asentadas en una mera buena voluntad, en un mero pensamiento utópico fracasen siempre. Sí, lo repito, siempre. Y además estrepitosamente. Porque si no es en Dios y en su amor, no entendemos lo que significa libertad, igualdad, fraternidad y lo confundimos con revolución y conquista caiga quien caiga.
El secreto es la santidad. ¿Una Iglesia en salida? Una Iglesia santa. ¿Una Iglesia en conversión? Una Iglesia santa. Sí, una Iglesia a lo divino, una Iglesia alegre, una Iglesia libre, una Iglesia sociedad alternativa. Y unos católicos alegres, libres, alternativos, orantes, llenos de Dios, que le adoran en la Eucaristía y le sirven en los necesitados. Una Iglesia que vive a tiempo completo la caridad, es decir a Dios, dejándole ser el protagonista.
Cuando Dios es el protagonista, los desafíos se convierten en ocasión de ofrenda y la sal se hace agradable. La luz es natural y esplendorosa. Cuando Dios es el protagonista, yo soy santo y la santidad no me da miedo.
María, la Virgen Madre de Dios, con san José son el prototipo de la vida que hemos de vivir. La ponemos en sus manos.
José Antonio Calvo