Comentario evangélico. Domingo 3º Cuaresma, ciclo A.
Agua para que beba el pueblo
Parece una consigna antitrasvase, pero son palabras de la Sagrada Escritura. Cuando el pueblo tiene sed, Dios le da agua para que viva. En la primera lectura de este domingo, se habla del agua que sacia la sed física, ese‘líquido transparente, incoloro, inodoro e insípido en estado puro’ tan preciado en el desierto, tan preciado en nuestra tierra, en nuestros Monegros. El Evangelio, sin embargo, habla de un agua que “salta hasta la vida eterna”,aunque la conversación tiene como punto de partida el agua que calma la sed y refresca a los caminantes. Algo tendrá que ver el camino y el agua.
Nuevamente nos encontramos en esta liturgia de la Palabra con el planteamiento de la paradoja viviente que es Cristo, Dios y hombre verdadero: el que sacia la sed de la samaritana aparece como sediento en la Cruz y es fuente de la vida nuevadel Espíritu de la Pascua. Ante esta afirmación, me surge la pregunta: ¿de qué agua tiene más sed el hombre? Una pregunta que no tiene intención de separar el servicio de la promoción social y el encuentro con Cristo, sino unirlos en su raíz más profunda. La respuesta nos la da el mismo Señor:“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”. Su alma, es decir, aquello que le hace ser lo que es. El hombre, por encima de todo, tiene sed de eternidad y este deseo es lo más auténtico y genuino de su propio existir. Pensemos en la samaritana: ella va a sacar agua, le parecería que con acercarse al brocal del pozo de Jacob, echar el cubo y sacarlo lleno todo estaría cumplido. Pero no, nada está cumplido hasta que no se da la salvación. Coger agua es fácil, pero salvarse es imposible. Imposible para uno mismo, posible para Dios. Esta es el agua y coincide con el bautismo que limpia y sacia la sed, acrecentando el deseo de Dios hasta que se satisfaga plenamente en el oasis del cielo.
La sed de la que nos habla el Evangelio es una sed constitutiva de la humanidad, hasta tal punto que el mismo Señor en la Cruz la muestra: “Tengo sed”. Solo después de decirlo, puede terminar su ofrenda: “Está cumplido”. Y solo tras el cumplimiento, puede darse el milagro de la lanza, esa que “le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua”. Esa agua es la del Mar Rojo del éxodo; esa agua es la del profeta Ezequiel: el agua que brota del lado derecho del Templo y que hace fructífera la tierra y sanea el mar. Una corriente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Es el Espíritu que “riega la tierra en sequía” y “lava las manchas”. Es el Espíritu del cual todos “hemos bebido”.
Cristo es el agua. Cristo es el bautismo. Cristo es la salvación. Y la Virgen María es manantial. Madre, dame de beber, da de beber a mi pueblo.
José Antonio Calvo