Comentario evangélico. Domingo 27º Ordinario, ciclo A.
Dios quiere hacer de su pueblo un vergel. Cuando creó al ser humano lo puso en un paraíso, pero no era suficiente. Lo que Dios quería del hombre es que fuera su descanso, el reflejo de su verdad y su bondad, de su belleza. Un querer que, alianza tras alianza, pecado tras pecado, nunca menguó.
La viña de la humanidad, la vid que es cada persona, mereció de Dios todos los cuidados: “la entrecavó,quitó las piedras, plantó buenas cepas, construyó una torre y cavó un lagar”. Sin embargo, en vez de uvas… “dio agrazones”. En vez de derecho, “sangre derramada”. En vez de justicia, “lamentos”. Es la desgraciada historia de la casa de Israel y los hombres de Judá. Es mi desgraciada historia cuando el olvido me separa de quien es la garantía de mi existencia genuina, es la pena y la soledad que me destruyen cuando quiero hacerme con la herencia, cuando mato al Hijo,cuando mato al hermano. Cuando desmiembro el cuerpo del Señor con mis iras, mis maledicencias… con mis pecados. Suerte, que “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Suerte que la sangre derramada de Cristo, la uva pisada en el altar de la cruz, es el sello de la alianza nueva y eterna.
La Virgen también es para nosotros piedra, columna y pilar que mantienen nuestra fe aragonesa. Si el corazón de la madre y el del hijo quedaron unidos en el dolor/amor, ¿por qué no pensar que María es para nosotros cimiento fuerte que nos apoya en la piedra angular que es Cristo? ¿Por qué no pensar que ella -María, la Iglesia- es la mejor vid, el huerto regado por Dios en el que nosotros podemos dar el fruto permanente y esperado?
José Antonio Calvo