Comentario evangélico, Domingo 31º Ordinario, ciclo A.
Subir bajando
Una profanación de “la alianza de nuestros padres” es el traicionarnos unos a otros. Está escrito en la profecía de Malaquías, el maestro bíblico de la controversia: “¡Maldito sea el estafador!”, dice. Maldito el que “habiendo hecho un voto al Señor, le ofrece un desecho”. Maldito el que quiera engañar a Dios con su ofrenda, porque el Señor no solo es “un gran rey”, sino también “un mismo padre” de todos. Por eso, maltratar al prójimo es maltratar a Dios, profanar y quebrantar su alianza. La antigua alianza que es
creación, arcoíris, pueblo y ley. Y también la nueva, la que es Hijo y cruz, ofrenda aceptada, eucaristía, vida y resurrección.
Otra profanación -y aquí hay otra línea clara de conexión entre primera lectura y evangelio- es separarse delcamino recto que es a la vez verdad y vida, separarse de Jesús, y hacer que “muchos tropiecen en la ley”. ¿Cómo es esto? Lo dice Malaquías, pero también lo dice Jesús: “Lían fardos pesados y se los cargan a la gente”, pero ellos no mueven un dedo. Sí, se trata de esa superioridad farisaica que espanta o acongoja. La superioridad de los que, como dice mi amigo Carlos, “mucho pico y poca pala”. La superioridad de quienes han abandonado la sencillez y claridad del evangelio, para perderse en construcciones, explicaciones, derivaciones que para lo único que sirven es para mostrar su erudición y para fingir que son santos. Derivaciones por exceso y por defecto, acomodando la Palabra al espíritu del tiempo o separándola del humus cultural donde debe caer, germinar y dar fruto.
El “no os dejéis llamar maestros” se refiere a maestros como estos, maestros de la apariencia y el fingimiento. Al mismo tiempo, el Señor nos previene para no meternos por estas sendas de misticismos y gnosis, engañados por el gurú de turno que, con el poder de su palabra -no con el poder de la Palabra de Dios-, embauca a muchos, hasta el punto de que lo consideren como un padre. Cómo suena esto a los padres de las herejías y cómo contrasta con los padres de la Iglesia.
Vayamos un momento hasta la Antigüedad cristiana. Pensemos en Arrio y en san Atanasio. ¿Qué distinguía al uno del otro? Arrio se enalteció o intentó hacerlo, desfigurando al Jesucristo de los evangelios y ‘haciéndolo’ más asequible. San Atanasio no antepuso su vida a la verdad revelada y vivida en el testimonio de los apóstoles, “se humilló” hasta el destierro… fue enaltecido a la gloria de quienes han sido misioneros auténticos y auténticos sacerdotes del pueblo de Dios.
Ahora hay que mirar a María, “madre que cuida con cariño de sus hijos”: en este cuidado maternal está el que nos enseñe a humillarnos, a vivir como hijos de Dios, a vivir en camino al cielo. Un camino que se sube bajando.
José Antonio Calvo