Comentario evangélico. Domingo 32º Ordinario, ciclo A.

Sabios que esperan


      El ideal de sabio ha cambiado mucho. Yo me imagino a un sabio de verdad, como un anciano con una luenga barba, con la mirada límpida y fija en unhorizonte que cada vez es más amplio. Sin prisas y sin distracciones, feliz de ver la eternidad en el instante, penetrándola intuitivamente con la visión de Dios. Claro, es que soy tan antiguo, como romántico. Hoy el sabio es el que hace cosas, moviéndose en un laboratorio, deambulando sin tregua entre informes y programas informáticos cada vez más complejos. Tiene prisa por descubrir, patentar y comercializar. Perdónenme la generalización y pasemos página. Ahora, lo importante es que atendamos a las escrituras santas, encontrando en ellas la sabiduría que hace verdaderos sabios.

      La sabiduría de la que habla la primera lectura de la misa dominical es filántropa y, a la vez, sumamente respetuosa. Se presenta radiante al que la busca, se oculta para no asustar a quien no la desea. No es avasalladora, al contrario, sale al encuentro del que es “digno de ella” y hace que se “vea libre de
preocupaciones”. Solo hay que quererla con toda el alma, ella hace lo demás. Para mí, que este es el único capricho que compensa. Y ¿quién es la sabiduría? El agua que sacia mi sed, la luz que ilumina mi madrugada, la gracia que anima mi vida, la palabra que convierte mis labios en una alabanza, mi auxilio, mi canto, mi júbilo. Solo cabe una respuesta, pues solo nos cabe un deseo auténtico: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.

       Esta sabiduría vuela ligera y es necesario aguardarla con toda la atención posible. Con la atención de las cinco vírgenes prudentes. Y con su amor, auténtico aceite que ardía sin consumirse en unas lámparas que recibieron en su primer encuentro con el esposo, cuando por el agua y el Espíritu pasaron a formar parte de su familia. La lámpara puede romperse, pero el esposo la arregla: solo basta con una confesión. La lámpara puede vaciarse, pero el esposo la llena: solo basta con una misa. La lámpara puede no iluminar con la claridad esperada, pero el esposo atiza el fuego y la luz: solo basta con contemplarlo presente en el sagrario, sufriente en los pobres, hijo en los hermanos. Solo falta creer, querer y velar, porque “no sabéis el día ni la hora”.

      No sabemos el momento de Dios, pero sí sabemos que “si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto”. Solo hay que esperar en sus palabras. No vale ser sabio de biblioteca. No vale ser sabio de laboratorio. No vale ser sabio de interioridades humanas. Solo vale ser sabio de Dios, como el anciano Simeón, como la profetisa Ana, esperando el cumplimiento de las promesas, llenando el tiempo de amor a él y al prójimo.

       María, madre y virgen, los antiguos te han llamado ‘verdadera filósofa’, verdadera amiga de la sabiduría, y es verdad: hija de la sabiduría, madre de la sabiduría, esposa de la sabiduría, porque eso eres del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Comparte con nosotros el sabor del saber, danos la mano y llévanos a él.


José Antonio Calvo

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