Comentario evangélico. Domingo 1º Adviento, ciclo B.
El Señor de la casa
Tenemos que estar vigilantes
Habla Jesús. El evangelio que acabamos de oír no nos cuenta dónde está Jesús, quiénes les escuchan ni en qué momento de su ministerio se encuentra. Nuestra curiosidad viene insatisfecha y además se trata de un texto breve. Mejor, así nos centramos en lo esencial que es, con mucho, las propias palabras del Señor. Y no están pronunciadas de cualquier manera, Jesús habla en imperativo en 4 ocasiones: estad atentos, vigilad, y velad, por dos veces. Las cosas dichas de esta manera cobran más fuerza. El Señor no quiere intimidar a nadie hablando de esta manera. Jesús busca llamar nuestra atención, eso sí.
Tenemos que vigilar porque no sabemos cuándo es el momento. ¿Pero a qué momento se refiere el Señor? Necesitamos saber en qué va a consistir ese momento para estar atentos y prepararnos adecuadamente. Buscamos la respuesta en el mismo Evangelio. Dice un poco más adelante: “no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa”. Por tanto hay que estar en vela, vigilantes porque el momento tan especial del que habla Jesús es la llegada del señor de la casa.
El Señor de la casa
Sí claro, este señor de la casa es Dios. Nuestro Padre, el Creador, el que nos ha regalado la casa común que hoy disfrutamos. Este señor de la casa es tan grande y tan bueno que, muchas veces, pasa desapercibido en la Historia de los hombres y en nuestra propia historia. Este señor de la casa es como ese padre y esa madre llenos de amor y cariño hacia sus hijos y que lo dan todo por ellos. Este señor de la casa no hace ruido, es silencioso. Y sin embargo cuando entras en su casa, en su compañía, tu vida puede quedar transformada totalmente, para bien, claro. Este señor de la casa es, también, imprevisible. Se puede presentar a cualquier hora, por eso es necesario estar preparados, porque ahí, en cada esquina de la vida, Él, Dios, nos está esperando.
A este señor de la casa nos disponemos a recibir en este Adviento.
Los imperativos de Jesús en el Evangelio ahora nos suenan a bienaventuranzas: ¡Dichoso aquel que reciba en su corazón a Dios! ¡Dichoso aquel que tenga los ojos y el corazón bien despiertos para descubrir a este Dios silencioso y humilde que vive entre nosotros! Lo que parecía exigencia se convierte ahora en algo atractivo porque tendrá un premio único que es recibir a Dios.
Empieza el Adviento, te esperamos Señor Por eso Señor te decimos que te queremos recibir en nuestras casas, es decir, en nuestras propias vidas. Con tu luz quedará iluminada toda nuestra vida, hasta sus rincones más oscuros. Deseamos tu llegada Señor. Porque, en el fondo, sabemos que Tú eres nuestro mayor tesoro. Te esperamos hoy, mañana y cada día. ¡Ojalá que sepamos darte el recibimiento que te mereces!
Rubén Ruiz Silleras