Comentario evangélico. Domingo 18º Ordinario, ciclo B.
Rodrigo era un humilde trabajador que pasaba sus días cortando bloques de piedra al pie de una montaña. Un día vio pasar el cortejo todo engalanado de un príncipe. Rodrigo sintió gran envidia y deseó tener la riqueza de aquel príncipe. El Gran Espíritu escuchó su deseo y lo convirtió en un príncipe.
Rodrigo fue feliz con sus ropas de seda y su poder hasta que un día vio cómo el sol marchitaba las flores de su jardín. Deseó tener el poder del sol y su deseo fue satisfecho. Se convirtió en el sol con poder para secar los campos y humillar a las personas con una gran sed.
Rodrigo fue feliz siendo el sol hasta que un día una nube lo cubrió y su poderoso calor se eclipsó. Así que tuvo otro deseo y el Gran Espíritu se lo concedió. Convertido en nube, Rodrigo tuvo el poder de inundar la tierra con sus tormentas y riadas.
Rodrigo fue feliz hasta que observó cómo la montaña a pesar de las tormentas permanecía firme y segura. El Gran Espíritu obedeció. Rodrigo se convirtió en la montaña y fue más poderoso que el príncipe, el sol y la nube. Y fue feliz hasta que sintió el pico cavando a sus pies. Era un humilde cantero que estaba cortando bloques de piedra para ganarse el pan de cada día.
Rodrigo somos cada uno de nosotros, siempre buscando algo mejor, algo más agradable y placentero y, a pesar de todas nuestras búsquedas en los lugares más remotos, seguimos teniendo hambre y sed.
La historia del pueblo de Israel está llena de quejas y deseos satisfechos por Dios.
Pidieron agua y Dios les dio agua en Marah.
Pidieron pan y Dios les dio el maná de cada día.
Y siguieron quejándose contra Dios y Moisés.
Las cosas de este mundo, siempre nuevas, siempre más abundantes, nunca podrán ser suficientes para saciarnos. Nos entretienen pero no nos llenan. Su poder es tan transitorio como nuestra vida.
¿Existe algo que pueda darnos plenitud?
Cuando Jesús dio de comer a los cinco mil hombres en el descampado y éstos quisieron hacerlo rey, Jesús les dijo: "Me buscáis no porque habéis visto signos sino porque os he dado de comer. Trabajad por el alimento que perdura".
Necesitamos las cosas de cada día pero tenemos que encontrar la conexión que tienen con las cosas que pueden darnos paz y crear armonía en nuestra vida más profunda. Cuando uno está muy grave después de un accidente no llama al Banco de Santander que nada le puede ofrecer, pero nos acordamos e invocamos a Dios, origen y meta de toda vida humana.
Pan de cada día, ganado honradamente, y pan del cielo, regalo de Dios.
El pan del cielo del que habla Jesús es él mismo, es fe en él y es fe en Dios.
A muchos les falta la fe en Jesucristo y en sus promesas. Siguen teniendo más fe en su cuenta corriente en el Banco que en Jesucristo. Nuestra presencia en la iglesia, domingo tras domingo, es para comer el pan de vida, el pan que anticipa el pan de la vida eterna, el del cielo. Todos los panes, todos los lujos, todo lo humano está llamado a desaparecer. Sólo Dios permanece para siempre. Todo es superfluo. Sólo Dios es necesario.
"Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no tendrá más hambre y el que cree en mi nunca más tendrá sed.
Jesús es mucho más que un hombre que hace milagros, da de comer a la gente, sana enfermos, un mago que hace lo "más difícil todavía"… Jesús hizo signos que apuntaban en una dirección mucho más profunda y alta. Todo apuntaba hacia lo alto, hacia Dios. Pero los hombres somos superficie. Nos asustan las profundidades y las alturas. Alimentar el cuerpo es fácil pero llenar el alma, el espíritu…sólo Dios tiene poder para hacerlo.
El trabajo de los hombres es comer y dar de comer a todos. El trabajo de Jesús es darnos de comer el pan de vida, en este aquí y ahora, para el mañana y para siempre.
P. Félix Jiménez Tutor, Sch. P.