Comentario evangélico. Domingo 20º Ordinario, ciclo B
La palabra clave en este largo sermón que es el capítulo 6 del evangelio de San Juan es COMER. Comer pan y beber vino. Hoy nos olvidamos del verbo creer y pensamos en lo urgente, COMER.
Recuerden que la primera tentación del primer hombre, Adán, fue comer o no comer del árbol del bien y del mal. La serpiente primordial despertó su apetito y su ambición y Adán comió del árbol prohibido. Hoy, Jesús, vencedor de la serpiente, nos invita a comer el pan de vida. Esta necesidad tan humana, tan vital, es cantada en múltiples textos de la Biblia y de la literatura.
En la primera lectura del libro de los Proverbios, Sabiduría, Sofía, una mujer, “ha preparado una mesa”. “Venid a compartir mi comida y a beber el vino que he mezclado”. El banquete de la sabiduría lleva tiempo, aprendizaje, dedicación y amor porque es el banquete de la vida y para la vida. El banquete de la otra mujer, texto no proclamado, llamada Necedad es el carpe diem, gozo presente, la inmediatez satisfecha, los sentidos abrevados, probar su banquete lleva a la muerte, su salón es una tumba de la que nadie sale. En el principio era el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. La inculturación gastronómica es difícil y un obstáculo para los seres humanos. Adaptarse a la moda del vestir y pensar es cómodo y rápido. Siempre añoraremos las comidas de casa, nuestra herencia familiar y patria.
Los judíos que escucharon el sermón de Jesús aquel sábado gritaron: blasfemo, traídor, abominable, violador de lo santo, serpiente primordial. Sus oídos no podían creer lo que oían.
“Comed mi carne y bebed mi sangre” eran alimentos prohibidos por la Ley, era una idea repugnante y contraria a la dieta alimenticia promulgada por Moisés. Jesús sabía que su sermón corría el riesgo de escandalizar y ofender a sus oyentes y lo asumió y hasta cargó las tintas para bien distinguir la mesa de la antigua alianza de la nueva.
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Vuestros padres comieron el maná y bebieron de la roca y murieron, pero los que se sienten a mi mesa, compartan mi pan, beban mi vino y celebren el don de Dios, esos vivirán para siempre. Comulgar es hacerse uno con Cristo. Comulgar es satisfacer el hambre espiritual.
Comulgar es reconocer y amar a Jesús. Jesús ya no es una idea para llenar nuestro cerebro. Jesús se hace pan y vino, carne y sangre, para alimentar a sus hijos que son también de carne y de sangre.
Jesús le dijo a Pedro tres veces: “Alimenta mis ovejas”. Y la Iglesia sigue poniendo una mesa y sobre la mesa pan y vino para la asamblea de los hijos presidida por los sacerdotes.
Vivamos la Eucaristía como el gran regalo de Jesús.
P. Félix Jiméenz Tutor, Sch. P.