Comentario al evangelio. Epifanía, ciclo C
Dios para todos
Es la Epifanía
La salvación no era solo para Israel. Es cierto que Dios había elegido a este pueblo por puro amor pero el amor de la elección no era un amor excluyente. Los otros pueblos también eran hijos de Dios, pues él los había creado. Así que lo formulamos en presente: la salvación de Dios no es solo para Israel sino para todos los pueblos. Este domingo de la Epifanía es el domingo de la manifestación de la ternura, el amor y la salvación de Dios para todos los pueblos y más en concreto para todas las personas, para cada uno de nosotros. Pero vayamos al evangelio donde los protagonistas van a ser esos magos de Oriente y como contrapunto el rey Herodes. Sin embargo que nadie olvide que el protagonista fundamental es el que no habla, ni dice nada, pero lo hace todo, ese niño Dios.
Unos magos de Oriente y un rey local y temeroso
Estos hombres que salieron de su lejana tierra (tanto en oriente como en occidente el hombre busca a Dios) con el deseo de encontrar y adorar a Dios contrastan enormemente con Herodes y los representantes del pueblo judío (sacerdotes y escribas) que no supieron descubrir el nacimiento de Cristo. No supieron interpretar sus propias Sagradas Escrituras que profetizaban que el Mesías habría de nacer en Belén de Judá, pues así lo aseguraba la profecía de Miqueas 3,1-5. La constatación de que había nacido un niño que, según las escrituras, estaba destinado a ser rey de los judíos ponía en grave peligro su poder. Por eso esas palabras con las que despide a los magos (“id, averiguad, avisadme, iré yo también”) solo las podemos interpretar desde el cinismo y la hipocresía de un hombre falso que no buscaba a Dios sino su propia seguridad. Los magos habiendo percibido correctamente la intención de Herodes regresarían a su tierra por otro camino.
Al final del camino
Los magos, guiados por la estrella, llegan hasta el lugar donde había nacido el niño. Estaban ante el final del camino de su búsqueda interior: Jesucristo. Habían recorrido miles de kilómetros, peripecias, dificultades, inclemencias… pero ahora estaban ante él. Ya no hacía falta palabras. Se arrodillaron y le ofrecieron sus presentes. El evangelio nos dice que regresaron a su tierra. Podemos imaginar que regresaron siendo otros. Porque habían encontrado a Dios. De estos hombres, sabios de la antigüedad, podemos aprender: siempre en búsqueda de Dios, sin cansarnos, sin rendirnos ante las dificultades. Buscar a Dios, adorarlo, postrarnos ante él, y ofrecerle nuestros más preciados regalos: nuestra vida, nuestro corazón, todo nuestro ser.
Rubén Ruiz Silleras