Comentario al evangelio. Domingo 5º Cuaresma, ciclo C
El pecador y su pecado
En el Templo, lugar sagrado
El Templo de Jerusalén era el corazón del judaísmo y de su religión, el lugar más sagrado. Allí acude Jesús para encontrarse con su pueblo y hablarles de Dios. Sin embargo, se encuentra con el tumulto de unos escribas y fariseos que le presentan a una mujer acusándola de adulterio. En un lugar tan sagrado le quieren tender a Jesús una trampa utilizando para ello a una mujer. En su sistema de pensamiento todo valdría para acusar a Jesús, sin respetar ni el lugar sagrado ni la dignidad del prójimo a quien, por cierto, la misma Ley que ellos aducían para acusar les pedía que debían amar a su prójimo (Lv 19,18). Pero ellos no recordaban este precepto del amor al prójimo, solo aquel que mandaba apedrear a la mujer que cometiera adulterio. Si Jesús prohibía que la apedrearan, estaría negando la ley de Moisés lo cual era un pecado gravísimo.
Ante la provocación: serenidad, templanza, oración, verdad
Jesús inmediatamente antes de esta escena había estado por la noche en oración, en el monte de los Olivos. Al amanecer había regresado a enseñar al Templo y allí se produjo lo que nos narra el texto bíblico. Jesús, recién salido de la oración, representa el contrapunto luminoso a la trampa que le quieren tender. Recibe a estos hombres alborotados y enojados con el silencio. Al principio no dice nada, responde con serenidad y con gran inteligencia. Ante la insistencia de los hombres las palabras de Jesús van a ser definitivas: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Ellos también eran pecadores y, por eso, sintiéndose descubiertos, empezaron a escabullirse uno tras otro.
Dios que ama al pecador pero no a su pecado
El diálogo final entre la mujer y Jesús representa otra escena preciosa, cuya lección nunca deberíamos olvidar: Dios condena el pecado, pero siempre salva al pecador, a la persona. Por eso Jesús muestra todo su cariño y comprensión a la mujer y la perdona: “Tampoco yo te condeno”. Pero se muestra intransigente con el pecado: “en adelante no peques más”. Tampoco la actitud de la mujer es puesta como ejemplo. No, realmente lo que hizo esta mujer no estuvo bien, tampoco la actitud de aquellos hombres tramposos e interesados. Jesús no felicita a la mujer ni resta importancia a lo que ha hecho. Pero a ella es a la que quiere salvar. El evangelio no nos dice qué sentimientos debieron pasar por el corazón de aquella mujer en esta escena. Es fácil imaginar lo humillada y avergonzada que se sentiría cuando aquellos hombres “justos” la llevaran ante Jesús. Estamos en Cuaresma, es tiempo de dejar de imaginar, y experimentar personalmente ese amor y perdón de Dios que nos invita a despojarnos de nuestra condición de “hombres y mujeres buenos” y mostrarnos ante el Señor humildes y arrepentidos de nuestros pecados.
Rubén Ruiz Silleras