COMENTARIO AL EVANGELIO. DOMINGO DE PASCUA C.

Sucedió al alba

 Sucedió al alba. Pero casi nadie lo creía, casi ninguno lo esperaba Y andaban cavizbajos, llorosos y fugitivos para volver cada uno a sus andadas. ¿Será posible -se preguntaban destrozados-, que aquellos labios hayan enmudecido para siempre sus palabras? ¿Será posible que aquellas manos hayan dejado ya de bendecirnos desde que las vimos a la muerte clavadas? Y así estaban unos y otros, de aquí para allá, mientras lloraban sus recuerdos haciendo sus cábalas.
 Pero alguien dio la alarma: no está ya entre los muertos, su muerte ha sido despertada, la tumba está vacía y sólo hospeda su nada. No sabían cómo, pero allí en el sepulcro ya no estaba. Y se pusieron nerviosos, y corría como un reguerillo el comentario de la noticia más increíble, la más inmerecida y más inesperada. ¿Será verdad que ha sucedido, que ha resucitado de veras como nos dijo?
 Fue al alba. Sucedió al alba. Y de pronto las lágrimas no eran ya el llanto de la pérdida maldita, sino la emoción de un reencuentro que bendecía. La noche había pasado con sus sombras, se había encendido la luz amanecida. Los colores de la vida que nacieron en los labios creadores de Dios, volvían a brillar con toda su dicha.
La penúltima palabra que correspondió a la proclama del sinsentido, a la condena del inocente, a la censura de la verdad y al asesinato de la vida, cedió inevitable la palabra final a quien como Palabra se hizo hombre, se hizo hermano, se hizo historia y se hizo pascua rediviva.
 Hoy encendemos los cristianos ese cirio cuya luz nos acompaña en nuestros vericuetos y nos perdona nuestras cuitas. La luz que nos habla del perdón, de la gracia, del abrazo del mismo Dios que en su Iglesia nos bendice, nos acoge y nos guía. Por eso entonamos el canto de los vencedores, el canto de la verdadera alegría, la que no es fruto de nuestro cálculo o pretensión, a nuestras nostalgias o insidias. Es un canto dulce, apasionado, con un brindis de triunfo que no se hace triunfalista. Porque Cristo ha vencido con su resurrección bendita su muerte y la nuestra, y ha terminado la mentira la diga quien la diga; y no tiene hueco ya lo que nos enfrenta por fuera y nos rompe por dentro.
 Fue al alba, sí, sucedió al alba. Y desde entonces, a pesar de nuestros cansancios, pecados, lentitudes y cobardías, sabemos que Dios nos ha abierto su casa, nos acoge, nos redime y nos regala su vida. Por eso cantamos un aleluya mañanero, por eso cantamos al alba nuestro mejor albricias.


+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca

4 de abril 2010
Domingo de Pascua

 

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