Comentario al evangelio. Domingo 5º Ordinario, ciclo A
La identidad del discípulo
Saber quién soy yo
Poco a poco gracias a la Escritura vamos profundizando en la identidad de Jesús, pero hoy el evangelio nos pone delante unas palabras del propio Jesús que quieren describir nuestra identidad. Es decir, la identidad del discípulo, del creyente. Es necesario también saber quiénes somos para actuar en consecuencia.
La proximidad física a Jesús implica una mayor responsabilidad
Hay dos palabras claves en este evangelio: sal y luz. Con ambas se construye la afirmación principal: vosotros sois la sal y la luz del mundo. No se trata de cualquier sal ni de cualquier luz. Es la sal y la luz de Jesús. Entonces sí: si vives en tu vida esta sal y esta luz, tu vida contagiará. Tu vida irradiará Evangelio, tu vida será para muchos atrayente, cautivadora. Es interesante también que analicemos el sujeto de la frase: “vosotros”. Estas palabras son las que siguen inmediatamente a las bienaventuranzas, que constituyen la apertura del primero de los cinco grandes discursos que Jesús pronuncia en el evangelio de san Mateo. Es cierto que una muchedumbre está escuchando a Jesús (Mt 5,1), pero también es cierto que sus discípulos están más cerca y ese “vosotros” va dirigido en primer lugar a ellos. Nosotros también estamos más cerca de Jesús y por eso sus palabras nos afectan de una forma especial. Es una responsabilidad, una gran responsabilidad ser discípulo de Jesús.
Recibir de Jesús para luego poder dar
Si estamos llamados por él a ser sal de la tierra y luz del mundo para alimentar, iluminar, invitar, contagiar, aliviar, acompañar… tenemos que estar muy cerca de él, recibir primero para poder dar. Estar cerca de Jesús, experimentarlo en nuestra vida, mirarle, contemplar cómo él fue y sigue siendo luz y sal para la vida de tanta gente y luego intentar reproducir en nuestras vidas sus gestos, sus palabras, su misericordia y su amor. Experimentar a Jesús para luego poder contagiarlo. En estas matemáticas evangélicas no podemos alterar el orden de los factores. Si lo hiciéramos correríamos el riesgo de desvirtuar el mensaje. Primero Cristo, luego haberle experimentado realmente en nuestra vida y, como último término, contagiarlo y llevarlo a los demás.
Obras, obras, obras y no tantas palabras
El ser sal y luz para los demás no es mera poesía. El evangelio lo deja bien claro: ser sal y luz es realizar buenas obras. Y esas buenas obras Jesús, las que él ha realizado y que todos conocemos. Pero no tener la voluntad de hacerlas, sino realizarlas de verdad. ¡Ojalá nuestras vidas estén llenas de sal y de luz para que viéndonos y conociéndonos muchos lleguen hasta Cristo! Sin olvidar nunca que nuestras buenas obras no deben servir para nuestro enorgullecimiento sino para que los que nos vean reconozcan a Dios y le den gloria.
Rubén Ruiz Silleras