Comentario al evangelio. Domingo 4º Cuaresma, ciclo A
De la noche a la luz
¿La ceguera es un castigo?
El ‘Ciego de nacimiento’ es un apasionante relato del principio al final. Es un texto largo, convendría releerlo serenamente. Se encuentra en el capítulo 9 del Evangelio de Juan. Los discípulos de Jesús, como muchos judíos, pensaban que la enfermedad era fruto del pecado del individuo o de sus familiares. Esto no es así, les dirá Jesús. Aquí, lo más importante es la gloria de Dios que es más fuerte que cualquier enfermedad, pecado o situación humana. Por eso, la noche de este ciego Cristo la convirtió en luz permanente. No solo porque le devolvió la vista física sino porque también le abrió los ojos a la fe. Que es esa luz que nos permite superar y vencer cualquier adversidad humana.
El ciego que ve y la ceguera de los fariseos.
Por eso, sabiendo que el verdadero protagonista de este relato es Jesús será importante también que nos fijemos, en primer lugar, en el hombre ciego. Nuestro ciego recorre ese itinerario que va desde la no fe a la fe. Ante los varios interrogatorios que va a sufrir el ciego nos deja una primera definición del hombre que le devolvió la vista: “ese hombre que se llama Jesús”. De Jesús sabe poco más que su nombre. En un segundo lugar, ante los fariseos, dirá que Jesús es un profeta. Poco a poco el hombre ciego fue entendiendo quién era ese hombre que le había cambiado la vida. No podía ser un hombre más. Porque si “no viniera de Dios no tendría ningún poder”. Poco a poco los fariseos fueron enfadándose cada vez más. Ellos no podían aceptar que Jesús viniera de Dios, para ellos eso era una de las mayores herejías. Es sorprendente la actitud de los fariseos: se niegan a aceptar lo evidente. No quieren aceptar el bien. Sí, en realidad están ciegos, se lo dirá el mismo Jesús al final de este evangelio. Ellos dicen que ven, pero su “ver” es un ver cegado por el odio y la soberbia.
El “hombre que se llama Jesús” pasa hoy por tu vida.
El hombre ciego no ha tenido miedo de los fariseos. Ha defendido lo que él creía que era justo. Y por eso ha recibido una condena: ha sido expulsado de la sala donde le estaban interrogando. Ya en la calle, de nuevo, Jesús va a aparecer y va a ir a su encuentro. Y este es el momento más bonito de este evangelio. Dos hombres, frente a frente. Uno, Jesús, el hijo de Dios y Dios mismo, quien es capaz de disipar cualquier tiniebla. Otro un hombre que había sido ciego desde que nació y que ahora podía ver. Ahí, ante Jesús, el ciego comprendió quién era realmente ese hombre. Aquí el ciego concluyó su camino de fe, se postró ante Jesús e hizo una sencilla pero profunda confesión de fe: “Creo Señor”. Ese hombre que se llama Jesús también hoy pasa por la orilla de tu vida, como un día pasó por la vida de este hombre bueno que había nacido ciego. Ese hombre que se llama Jesús quiere llenar tu vida de su luz para que nunca más te sientas a oscuras.
Rubén Ruiz Silleras