Comentario al evangelio. Pentecostés, ciclo A.

Pentecostés fue originariamente una fiesta agraria. Posteriormente se convirtió en fiesta histórica donde se recordaba la promulgación de la ley en el Sinaí y anualmente se celebraba con gran concurrencia del pueblo. La efusión del E. Santo se realiza de un modo extraordinario. El ruido, el viento impetuoso, las lenguas de fuego, el hablar en distintos idiomas, son los signos externos de la realidad maravillosa que realiza por dentro. Y habrá que interpretarlos a la luz del A.T. Pentecostés indica la plenitud de los tiempos y el cumplimiento de las promesas.

1.- “El soplo creador.”.

Con la venida de Espíritu se crea un mundo nuevo, una nueva humanidad. Después de que Cristo resucitó y envió a su Espíritu, hay una nueva manera de ser hombre, de ser mujer. En Cristo resucitado hemos aprendido que el hombre ha sido creado “creador”. Ya es posible reír y soñar.  Ya podemos hacer proyectos fantásticos, sabiendo que todos ellos no pueden ser sino un pálido reflejo de la realidad. En Cristo, el hombre puede ser aquello que estaba llamado a ser.

2.- “El viento impetuoso”

que en el A.T. acompañaba a la tormenta y era causa de miedo, ahora es el huracán del Espíritu que pasa derribando la vieja casa de pecado heredada de nuestros primeros padres para construir la nueva casa del amor. Ese viento impetuoso ahora se convierte en “suave brisa” que refresca y acaricia. Un Dios amor, un Dios ternura, un Dios que es comunión, beso, abrazo, caricia.

3.- “Las llamas de fuego”

sobre los apóstoles significan que aquella teofanía de Dios a Moisés en una zarza que “ardía y no se consumía” eran signo de un Dios que arde en llamaradas de amor. En Pentecostés esas lenguas se posan sobre los apóstoles llamados a incendiar el mundo con ese fuego divino. Pues, como decía San Agustín, “El que no arde, no puede incendiar”.

4.- “El entender en distintas lenguas”.

Esto significa que ocurre lo contrario de Babel. Allí existía el espíritu de soberbia, al querer levantar los hombres una torre tan alta que llegara hasta el cielo.  Dios los confunde. El hombre que se deja guiar por su espíritu egoísta llega a esta conclusión: Aquí no hay quien se entienda. Y eso es muy real en nuestros días: Ni se entienden los padres con los hijos; ni los profesores con los alumnos; ni los propios esposos entre sí.  No digamos nada de los políticos. La misma Iglesia tiene mucha necesidad de “unidad”.  Ahora más que nunca, necesitamos la presencia del Espíritu para que todos hablemos el mismo lenguaje: el lenguaje del amor. Entonces y sólo entonces nos entenderemos todos.

Iglesia en Aragón

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