Comentario al evangelio. Domingo 21º Ordinario, ciclo A
La pregunta de Jesús a los discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? es una pregunta abierta para todos los discípulos de Jesús de todos los tiempos. Es una pregunta concreta, incisiva, que nos lanza Jesús hoy a cada uno de nosotros. A lo largo del mismo evangelio se van dando distintas respuestas: unas falsas, otras insuficientes y otras que son auténticas. En la misma persona de Pedro se dan estas dos últimas.
1.– Respuestas falsas.
Son las de todos aquellos que, en la práctica, no aceptan a Jesús como en el “centro”. Uno de ellos es el “joven rico”. Era bueno, cumplía los mandamientos, buscaba salvarse, pero prefirió “su dinero” a Jesús. El texto nos dice que se quedó “muy triste”. Con dinero se pueden comprar muchas cosas, pero no la felicidad. Otros ponen en el centro “el poder” A estos Jesús les dice que eso es propio de los poderosos de este mundo, pero “no debe ser así entre vosotros”. (Lc. 22,25) Y los mismos apóstoles, mientras suben a Jerusalén, piensan en quién de ellos iba a ser el más importante. Tampoco ellos han puesto a Jesús en el “Centro”. Ahora bien, si Cristo no está en el centro, viviremos siempre “descentrados”. Y una persona descentrada no puede ser feliz.
2.– Respuestas insuficientes.
Una de ellas esla de Pedro en el evangelio de hoy. No bastan las teorías ni las palabras solemnes. Es verdad que ha dicho que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Pero, a continuación, cuando Jesús les explica que este Mesías debe pasar por el sufrimiento y la Cruz, Pedro se lleva aparte a Jesús y le dice que eso no le puede pasar a Él. Jesús le contesta con dureza: “Apártate de mi vista, Satanás” (Mt.16,23). No podemos separar a Cristo de la Cruz. Y los cristianos no podemos aceptar un cristianismo sin Cristo. Respuestas insuficientes son todas las que damos todos los días los cristianos que no somos consecuentes con nuestra fe; los que somos incoherentes; los que decimos y no hacemos, los que separamos fe y vida. Y todos los que predicamos, pero no damos trigo.
3.– Respuestas auténticas.
También hay respuestas verdaderas. Una de ellas es la del mismo Pedro después de la multiplicación de los panes. Cuando todos se querían marchar, Jesús pregunta a sus discípulos: ¿También vosotros os queréis ir? Pedro, en nombre de todos, contesta: “Señor, ¿adónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6, 68). No poner a Dios en el centro de la vida es lo mismo que sentirse perdido. Nos lo ha demostrado muy bien el malhadado “coronavirus”. Respuesta auténtica es la del ciego de nacimiento que “tira la capa, da un salto, y sigue a Jesús por el camino”. (Mc, 10,50) Y el camino era el camino de Jerusalén donde se iba a encontrar con la Cruz. Y respuestas auténticas son las de miles de misioneros: religiosos, religiosas, laicos, que, de una manera silenciosa, dan la vida por Jesús. Y no digamos nada de tantos cristianos que, en pleno siglo XXI, son asesinados por el delito de ser cristianos. Como dice el Papa Francisco, en estos últimos años, ha habido más mártires en la Iglesia que en la época de las persecuciones romanas. Y respuestas auténticas han sido las de tantos profesionales de la salud, tantos militares, transportistas, comerciantes, y voluntarios en general que, en la pandemia, arriesgaron sus vidas, incluso llegaron a morir por auxiliar a los enfermos.