Comentario al evangelio. Domingo 22º Ordinario, ciclo A.

       El seguimiento, es muy importante en todos los evangelios. Se trata de abandonar cualquier otra manera de relacionarse con Dios y con los demás, y entrar en la dinámica espiritual que Jesús manifiesta en su vida. Es identificarse con Jesús en su entrega total a los demás, sin buscar para sí nada que pueda oler a poder o gloria. Es hacer un viaje fantástico del yo al Tú; de mi “yo” al “Tú” de Jesús.

1.– Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.

      Y Pedro recibe de Jesús las palabras más duras, las que no dirigió nunca ni a sus enemigos. ¿Por qué? Este texto hay que relacionarlo con las tentaciones de Jesús.  Todas comienzan de la misma manera: “Si eres Hijo de Dios…” Si eres hijo de Papá-Dios, ¿Por qué no conviertes las piedras en pan? ¿Por qué no te tiras del alero del Templo?  ¿Por qué te empeñas en vivir “como hombre” y no vives como Dios?  Es una tentación que persiguió a Jesús a lo largo de su vida. En realidad, Jesús nos hubiera salvado lo mismo “muriendo tranquilamente en su cama”. ¿Por qué tuvo que morir en la Cruz? Y ahí nos perdemos. Solamente nos queda el “abismarnos en un Misterio de Amor”. “Nadie ama más al amigo que el que da la vida por Él” (Juan 15,13).

2.- “El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga”. 

       Al pie de la letra, cargar con la cruz significaba iniciar un recorrido llevando el palo trasversal hasta llegar al final donde estaba ya hincado en tierra el palo vertical. Y todo este recorrido hecho con desprecios, mofas, insultos, vejaciones. Eso significaba seguir a Jesús. Más tarde el evangelista Lucas lo matiza hablando de “la cruz de cada día”. Es decir, aceptar esas astillas de cada día que nos molestan y nos hacen sufrir (Lc. 9,23). Con todo hay que mantener que el evangelio nunca hay que entenderlo en sentido negativo: como negación de lo humano, de disfrutar de los dones creados por Dios. No podemos aceptar una ascesis que consiste en “fastidiarse aquí ‘para merecer la vida eterna allá”. Se trata de saber perder, viviendo como Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto humanizador del Padre: saber renunciar a la propia seguridad o ganancia, buscando no solo el propio bien sino también el bien de los demás. Este modo generoso de vivir conduce al ser humano a su plena realización.

3.- Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.     

       Es la paradoja de Jesús: perder para ganar. David María Turoldo le gustaba llamar a Jesús: “MI dulce ruina”. Es Jesús quien arruina mi vida mediocre, mi fe barata, mi vida a ras de tierra.  Vivir para el yo no sólo nos mantiene en la ignorancia, sino que nos hace infelices: la búsqueda insaciable de gratificaciones no hará sino aumentar la frustración porque –como ya advertía Freud- lo que puede satisfacerse «está llamado a extinguirse en la satisfacción». Una y otra vez, reaparecerá la insatisfacción. Buscamos insaciablemente bienestar, pero ¿no nos estamos deshumanizando siempre un poco más? Queremos “progresar” cada vez más, pero ¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar a millones de seres humano en la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos años podremos disfrutar de nuestro bienestar, cerrando nuestras fronteras a los hambrientos?  Los cristianos tenemos una ley: La ley del “grano de trigo que, si no muere, no puede dar fruto” (Juan 12,24).

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