Comentario evangélico. Domingo 23º Ordinario, ciclo A

La lectura de este evangelio quiere recoger un tema muy querido por el evangelista: “Dios está con nosotros”. Comienza su evangelio diciendo que Jesús es el ENMANUEL (1,23) Y acaba diciendo que “estará con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (28,20”. En cualquier lugar en que se reúnan los cristianos en su nombre, allí estaré Él.  Cristo Resucitado sigue presente siempre en su Iglesia.

1.– EL RETO DE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES. 

En estos tiempos en que en Europa los Templos se nos quedan vacíos, no debemos olvidar nuestros orígenes. En la primitiva Iglesia no había Templos, pero había Iglesia:  Iglesia de Jesús: con una fe no-nocional sino vivencial en Cristo Resucitado. Jesús era el Centro de esas Comunidades.   De la fe en Jesús Resucitado nació la necesidad de juntarse y vivir “como hermanos”. La fraternidad no es una bonita teoría, es una espléndida realidad: vivida con gozo, con entusiasmo, con deseos de compartir con otros esa bonita experiencia. Y me pregunto: ¿Por qué no volvemos a las raíces? ¿Por qué no dedicamos nuestro mejor tiempo en crear pequeñas comunidades vivas en torno a Jesús?  ¿O seguiremos lamentándonos con amargura de que la gente ya no nos viene al Templo?  Hay que preguntarse en serio: Y tú, además de lamentarte, ¿qué haces?

2.– COMUNIDADES HUMANAS NO ANGELICALES. 

Ya, desde el principio, los primeros cristianos fueron conscientes de que para ser cristianos, lo primero hay que ser “hombres y mujeres de este mundo”. Y en este mundo hay que aceptar la debilidad, la fragilidad. No estamos hechos de bronce sino de “barro”. Y, cuando caemos, nos rompemos.  El evangelio de hoy nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo del Señor y de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento. Jesús no se asustó ni de la terquedad de los apóstoles, ni de las pretensiones ambiciosas de Santiago y Juan; ni de las negaciones de Pedro, ni de la traición de Judas. “El sabía muy bien lo que hay en el hombre” (Jn. 2,25).  Y, a pesar de todo, siguió amándolos, perdonándoles, llamándoles y confiando en ellos. Lo que entonces hizo con los apóstoles quiere hoy hacerlo con nosotros. A Jesús nunca le interesa nuestro pasado negativo, lo que hemos sido, sino nuestro presente: lo que ahora somos, y sobre todo, nuestro futuro: lo que todavía podemos llegar a ser. 

3.– COMUNIDADES CON CAPACIDAD DE CONVERSION.

Los fallos, las dificultades, los errores y los pecados no dificultan nuestro camino hacia Dios, siempre que estemos preparados para superarlos.  Por eso, la corrección fraterna está tratada de un modo exquisito: primero entre los dos; después con otros de confianza; al final que decida la comunidad. Y la comunidad no lo expulsa sino que le invita a que sea él mismo el que se vaya, dejando siempre la puerta abierta para el posible retorno. No puede haber corrección fraterna sin fraternidad. A veces las correcciones en comunidades sólo han servido para despellejar a las personas. Somos muy dados a arrancar la cizaña llevándonos detrás el trigo. Y no olvidemos que el trigo es siempre “la persona”. Por eso Jesús nos invita a crecer juntos, y pulirnos unos con otros, pero con cariño.  “No es el martillo el que deja perfectos los guijarros,  sino el agua con su danza y su canción” (R. Tagore.)  Y el gran San Agustín nos dirá: “Sólo aquel que ama puede corregir”.

Iglesia en Aragón

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