Comentario al evangelio. Domingo 27º Ordinario, ciclo A

Esta parábola no fue recogida por los evangelistas para alimentar el orgullo de la Iglesia, nuevo Israel, frente al pueblo judío, dispersado por todo el mundo. La preocupación era otra: ¿le puede suceder a la Iglesia lo mismo que le sucedió al antiguo Israel? ¿Está la Iglesia a la altura de lo que le pide Dios? Ciertamente, es la Iglesia soñada por Dios; pero ¿está respondiendo a esos sueños?

Tres partes: Una canción, dos locuras y una Vid:

1.– Una canción en tono mayor y en tono menor.

Tono mayor: Es el canto de amor de Dios a la viña: la cuida, la protege, la cerca, la vigila. Y, sobre todo, pone en ella su esperanza. La viña es el pueblo de Dios, es la Iglesia, es tu propia alma.  En la Biblia aparecen varias imágenes de Dios:  la imagen de Dios Artesano, Arquitecto, Pastor, Labrador, pero nunca la imagen de un Dios CANTOR. Y sabemos que las canciones de Dios sólo pueden ser canciones de amor. Y en estas canciones de amor ¡cuánto anhelo, cuánta ilusión, cuánto afán, cuánto mimo! Los proyectos de Dios sobre el hombre son prodigiosos, fantásticos. Pero en ese mismo canto hay un tono menor: un dejo de tristeza, de decepción, de frustración: “en vez de uvas sazonadas, le dieron agrazones”.  Y en esas uvas malogradas, que no han llegado a plenitud, que se han quedado en una medianía, que incluso sólo han servido para vivir amargados y amargar la vida de los demás, podemos estar también nosotros. Y eso le duele a Dios.  Se siente decepcionado porque el hombre ha malogrado el sueño tan bello de Dios Creador sobre él.

2.– Dos locuras.  

En la canción aparecen dos locuras: la del hombre y la de Dios. La locura del hombre, simbolizada por aquellos viñadores inicuos, y que aparece en la parábola con todo realismo: “Lo arrojaron fuera del viñedo y lo mataron”. No ha habido en la historia de la humanidad otra locura semejante: matar al autor de la vida, al inocente, al justo, al único capaz de construir un mundo nuevo. Según F. Nietzsche, el mayor acontecimiento de los tiempos modernos es que “Dios ha muerto”. Dios no existe. Pero él mismo se asusta, se estremece y llega a decir:” ¿Qué hicimos cuando soltamos a esta tierra de su sol? ¿hacia dónde se mueve ahora la tierra? ¿hacia dónde nos movemos lejos de todo sol? ¿No nos estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás? ¿Hacia adelante? ¿En todas direcciones? ¿Hay aún arriba y abajo? ¿No nos estamos confundiendo y equivocando a través de una nada infinita? ¿No nos asusta el espacio vacío? ¿No nos está viniendo continuamente la noche y siempre la noche?” Es precisamente el hombre que dijo: «Dios no existe” el primero que habla de la locura del hombre que se ha atrevido a matar a Dios. Pero en esta parábola hay otra locura mayor: la locura de Dios.  Aparece en la parábola de aquel Padre cuando dice: “Por último, les mandó a su propio hijo”. ¿Qué padre hay en la tierra que, después de haber matado a sus siervos, les entrega el hijo? Es una locura, pero una locura de amor. Lo expresa muy bien San Juan cuando nos dice: «De tal manera amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo” (Jn. 3,16).

 3.– Una sola vid.

El Padre Dios recoge el fruto de la viña en una sola vid. “Yo soy la verdadera vid” (Jn. 15,1). Este Hijo sí que ha respondido totalmente a los planes de Dios. En este Hijo el Padre se ha complacido.  Este Hijo ha sido la verdadera “parábola del Padre”. Jesús es el único capaz de revelarnos la inmensidad del amor del Padre, la gran locura de amor. “Mirarán al que atravesaron” (Jn.19,37). La Cruz no hay que mirarla como instrumento de dolor, (que es algo malo que Dios no puede querer), sino como el mayor monumento al amor. De la cruz baja siempre una cascada infinita de bondad.

Iglesia en Aragón

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