Comentario al evangelio. Domingo 2º Ordinario, ciclo B

      Esta página del evangelio de Juan, da la impresión de que está escrita recientemente, de modo que la tinta no acaba de secarse. Así de actual, así de novedosa, así de bella. Podemos descubrir en ella: dos preguntas, una invitación y una constatación.

1.– Dos preguntas:
       Pregunta de Jesús: ¿Qué buscáis?  Como vemos, Jesús no pregunta por el tiempo, ni por la marca del coche, ni menos por el dinero que tenemos en la cartilla del banco. Jesús va al grano. Lo que le interesa es la vida. Y nos pregunta hoy a nosotros: Tú, ¿qué andas buscando en la vida?  En dos palabras se ha metido dentro del corazón de cada persona. Porque la vida es zozobra, duda, inquietud, búsqueda. Porque tenemos muchas preguntas que no tienen respuesta; muchos problemas que no podemos solucionar; mucho dolor que no tiene alivio; en definitiva, todos tenemos un deseo inmenso de ser felices y nunca lo conseguimos. Somos eternos insatisfechos.
La pregunta de los discípulos: ¿Dónde vives? Es también muy interesante: Maestro, ¿dónde vives?  Naturalmente que no se trataba de localizar el lugar de su residencia sino su estilo tan peculiar que llevaba Jesús. Podríamos decir: Maestro ¿por dónde se mueve tu vida? ¿En qué esfera divina te sitúas?  ¿Qué es lo importante para ti? ¿En qué empleas el tiempo?   ¿Qué ocurre en ti cuando pasas noches enteras en oración con el Padre?

2.– Una invitación: Venid y lo veréis.
       A la pregunta de los discípulos, Jesús no contesta con normas, reglamentos, razones especulativas. Contesta con una invitación: VENID Y VERÉIS. Y ¿qué vieron? ¿Qué sintieron? ¿Qué palparon?  ¿Qué experimentaron? El texto no dice nada. Pero lo que sucedió fue que, a medida que caía la tarde y el sol se iba ocultando por las montañas de Judea, cada vez se les hacía más difícil arrancarse de su PERSONA. Estamos en el desierto. Allí Jesús no podía ofrecer nada: ni casa ni apenas alimentos. En la desnudez del desierto sólo podía ofrecer su presencia, su cercanía, su hechizo, su misterio, su atracción irresistible. Por eso, “se quedaron con Él”. Los cristianos nos jugamos todo a una sola carta: Jesús. Cuando buscamos otra cosa nos equivocamos.

3.– Una constatación: Eran las cuatro de la tarde.
      El que escribe este evangelio es Juan, un ancianito de muchos años. En su larga experiencia puede contarnos muchas cosas. Otras se le han olvidado. Pero conserva fresca la memoria para decirnos exactamente la hora en que Jesús le llamó. Esa hora ha dado sentido a todas las horas de su vida. En su ancianidad, todavía conserva el encanto de su mirada, la dulzura de sus palabras, la majestuosidad de su semblante, la armonía de su vida, la presión de su mano, el latido de su corazón y el estremecimiento de su ser con sólo pronunciar su nombre. A lo largo de nuestras vidas han pasado muchas horas, unas mejores y otras peores, pero lo que nunca podemos olvidar es esa hora en que Jesús nos miró y nos dijo: “Venid conmigo.” Es la hora que ha dado sentido a todas las demás horas de la vida.

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