Comentario al evangelio. Santísima Trinidad, ciclo B

      Gran misterio. El misterio es lo que nos rebasa, nos supera, nos trasciende, está por encima de nosotros.  Pero  es  misterio de amor. Un Dios que arde en tres llamaradas de amor. Es propio de nuestra religión. Dios no es un ser solitario sino solidario. Dios es apertura, donación, diálogo, hogar, familia. Dios es éxtasis de amor. Y es el modelo de todo diálogo y de todas las relaciones humanas. Estamos hechos a imagen de Dios-Trinidad. Y nos realizamos en la vida en la medida en que sabemos imitar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

1.- Imitamos al Padre. 

      Lo propio del Padre es dar y darse. El Padre Dios vive  como Padre dando todo y dándose del todo. Nos da todo: el cielo, el sol, la luna, las estrellas…La tierra, con sus  bellezas naturales, sus mares, sus bosques, sus montañas, el agua, el aire, la brisa. Toda la variedad de animales en el cielo, la tierra y los mares, es para nuestro provecho. Toda la creación, con toda su belleza, es un don del Padre para que la cuidemos, la conservemos y así la podamos disfrutar no sólo nosotros sino los que vengan detrás. Más aún, tanto nos amó que nos dio a su propio Hijo (Jn. 3,16). Nosotros mismos somos un precioso regalo del Padre para Jesús y después para todos. “Tuyos eran y Tú me los diste” (Jn. 17,6). Nosotros  imitamos al Padre en la medida que damos y nos damos. En el egoísmo nadie se puede realizar, ni puede ser feliz. Esas personas que nunca han hecho nada por los demás se entierran  en sí mismas y ahí se acaba la historia, una triste historia. Sin amor no hay historia humana. Las personas que han entregado sus vidas por los demás son un tesoro para la humanidad. Como madre Teresa de Calcuta.

2.- Imitamos al Hijo. 

     Lo propio del hijo es recibir.  El Hijo de Dios ha recibido todo del Padre. No ha puesto obstáculos a lo que el Padre le ha querido dar. Debemos  saber recibir de Dios. No ponerle  pegas ni condiciones. Hay que dejarse querer por Dios. Y dar gracias por todo lo que nos da. Todo nos lo da para que lo disfrutemos… Nos bañamos en el mar…es una caricia de Dios. Paseamos a la brisa de la tarde…es regalo de Dios. Etc. Nos ha regalado nuestro cuerpo. El ojo ¿cuánto vale? Pregúntaselo a un ciego. ¿Y el oído? Pregúntaselo a un sordo. ¿Y el poder caminar? Pregúntaselo a un paralítico etc.  Y, sobre todo, Dios   se ha dado en la persona de Jesús. Como niños nos debemos dejar querer por Dios y no poner obstáculos a lo que Dios Padre nos quiere dar. Hay que saber agradecer. Otro punto importante es que también nosotros necesitamos de los demás. Nadie puede ser tan autosuficiente que diga: Yo me basto a mí mismo y no necesito de los demás.  Nos necesitamos.  Unos podemos dar unas cosas y  otros, otras. Aceptar lo que nos da Dios y lo que recibimos de los demás es imitar al Hijo.

3.- Imitamos al Espíritu Santo.

      El Espíritu Santo es el anillo que une el amor del Padre con el Hijo y el Hijo con el Padre. Pentecostés es lo contrario de Babel. Allí había confusión y nadie se entendía. En Pentecostés todos hablaban el mismo lenguaje: el lenguaje del amor. Imitamos al Espíritu Santo en la medida que somos capaces de  amarnos y unirnos. Dios ha querido que nos entendamos a través de las palabras, del diálogo, del mutuo entendimiento. Cuando queremos solucionar las cosas con guerras o violencia, cuando renunciamos a lo que es más propio nuestro, de seres racionales, nos convertimos en animales salvajes. En esta vida podemos tomar dos actitudes: la de ser puentes o la de  ser pantallas. Somos personas-puente cuando evitamos  lo que nos puede desunir, separar o romper. Si una palabra es hiriente y puede hacer daño a mi hermano, no la digo. Por otra parte,  hacemos lo posible por conectar con aquello que nos une.  Siempre podemos tener alguna afinidad, alguna afición con cualquier persona Buscamos ese punto de apoyo y, desde ahí, vamos construyendo en positivo.   Somos personas-pantalla cuando nos gritamos, nos insultamos, nos despreciamos,  y no buscamos puntos de  encuentro. Lo peor de todo no es que nos sentimos mal, que perdemos la paz etc, sino que con esa actitud estamos demostrando que el Espíritu Santo no está en nosotros. Y ¿quién soy yo sin el aliento del Espíritu?   No dudemos de una cosa muy importante: en la medida que imitamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, somos imagen de Dios y nos realizamos como personas. El tema de la Trinidad no es un tema teórico, es el que más nos interesa como personas libres, hechas para el entendimiento y el amor.

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