Comentario al evangelio. Domingo 11º Ordinario,. ciclo B

       Dos parábolas de Marcos que son dos joyas. La primera nos habla de la “gratuidad” y la segunda de la “importancia de lo “pequeño”. Dios es puro don, y no se puede comprar con nada. Por otra parte, a Dios le tira “lo pequeño, lo que no cuenta, lo humilde, lo sencillo”. También Dios tiene derecho a tener sus caprichos.   

1.- SEMILLA QUE CRECE SOLA. 


       Dios, al crear la tierra, nos puso a los hombres y mujeres de este mundo dos tareas: la primera fue la de cultivarla, trabajarla, transformarla. Y ésta la hemos cumplido y la estamos cumpliendo, aunque con limitaciones.  Pero la otra fue la de “contemplarla”. Y esto lo hemos hecho muy mal. El Señor nos invita a contemplar: “Mirad los lirios cómo crecen en primavera”. No trabajan…, no hilan… y, sin embargo, Dios los viste de preciosos colores (Mt. 6,28). En la parábola de la semilla “que crece sola”, el Señor nos pide que contemplemos la maravilla de lo que Dios hace en soledad, en silencio, sin la presencia del hombre, incluso cuando éste está dormido. Primero echa tallos, luego la espiga, después el grano. ¡Qué trabajo tan bonito hace Dios en lo escondido! Y si eso hace Dios en la tierra con las plantas, ¿qué maravillas hará Dios con sus hijos, en el corazón de cada persona? Si no miramos, si no contemplamos, la vida se nos llena de rutina o de hastío. Allá donde no hay capacidad de “contemplar”, no hay capacidad de sorpresas. Qué bella la frase de este evangelio: “sin saber cómo”. Lo decía muy bien la madre de los Macabeos: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, no fui yo quien os regaló la vida” (2Mac. 7,22). Una madre, sin saber nada de biología ni anatomía, en nueves meses y sin dejar su trabajo ordinario, hace un mundo de maravillas: la maravilla del ojo, del oído, del corazón, del cerebro. En el salmo 139 aparece Dios como un “divino tejedor bordando nuestros tejidos en el misterio de la maternidad”. Y cada uno de nosotros tenemos experiencias en nuestra vida de haber solucionado asuntos que nos parecían imposibles de resolver “sin saber cómo”. “En los hechos irrelevantes, en la simplicidad y normalidad de cada día, se esconde el germen del reino de Dios. Descuidando lo cotidiano, se corre el riesgo de perder la cita con lo eterno” (Casa de la Biblia).

2.– EL GRANO DE MOSTAZA

      Aquí el evangelista no se fija tanto en la semilla, sino en la “pequeñez de la semilla”. Después se hace una gran hortaliza.  Esta parábola de Jesús está en contraposición a lo que nos dice el profeta Ezequiel en el capítulo 17, y que la liturgia, con acierto, ha puesto como primera lectura. La visión del profeta respecto del pueblo de Dios es a lo grande: Ha escogido un “esqueje” de la cima del alto cedro y la plantará en una montaña alta. Se convertirá en alto cedro. Lo que domina es el adjetivo “alto”. En la parábola de Jesús todo es pequeño. La semilla no la escoge del viejo tronco de Israel. Será una semilla pequeña, pero ¡eso sí! con fuerza interior para crecer y hacerse gran hortaliza, pero nunca un árbol. En esta parábola Dios se recrea en lo pequeño. Y sólo desde la humildad se puede crecer. A la hora de elegir Dios una madre no se fue ni a la sabia Grecia ni a la opulenta Roma, sino a Nazaret, un pueblecito desconocido. Y allí escoge a una muchacha humilde, a quien Dios va a mirar con mucho cariño. Si algo grande ha ocurrido en este mundo ha sido esa mirada de Dios sobre María. Y ¿qué ha mirado Dios en ella? Lo dice María: “La pequeñez de su esclava”. ¡Qué bien y que a gusto trabaja Dios con lo pequeño! Y qué mal con los sabios y entendidos de este mundo (Mt. 11,25). Los ojos de Dios se van detrás de lo pequeño. Y, como dice San Juan de la Cruz, el mirar de Dios es amar. Hay dos maneras de ir a Dios: Por las buenas o por las malas. Ir por las malas es ir en plan de exigencia, como el fariseo de la parábola.  Ir por las buenas es ir en plan de indigencia, como el publicano.  No es cuestión de “puños cerrados” sino de “manos abiertas”.

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