Comentario al evangelio. Domingo 27º Ordinario.
Los fariseos y los judíos en general daban por hecho que los varones tenían derecho a separarse de sus esposas. Se apoyaban en la misma ley de Moisés que decía:” «Si resulta que la mujer no halla gracia a los ojos del varón porque descubre en ella “algo vergonzoso”, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en la mano y la despedirá de su casa» (Dt. 24,1). Por eso, aquí se trata no del hecho sino del modo de hacerlo. Así lo explicita Mateo:” ¿Puede un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? (Mt. 19, 3). Y había dos escuelas de interpretación: Según Shamai (la más estricta) sólo se podía repudiar en caso de adulterio; según los seguidores de Hillel (de manga ancha) bastaba encontrar en la esposa «algo desagradable». Y ese “algo” era cualquier motivo. Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no podían ni alzar su voz para defender sus derechos. Y Jesús se indigna de esta manera tan machista de interpretar la ley. Mientras que el hombre es “sujeto de derechos”, la mujer es sólo “objeto de injusticias”.
Que Jesús no está de acuerdo con ese planteamiento, lo descubrimos en el mismo evangelio de Marcos, escrito para gente venida del paganismo. “Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. Aquí ya “se equipara la mujer al varón”. Pero Jesús va más lejos. Si el repudio está en la Ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su actitud machista, pero el proyecto original de Dios no fue un matrimonio patriarcal. Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Por eso, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el varón». Notemos que el libro del Génesis nos habla de la creación de Eva, después de someter a Adán a una experiencia terrible de soledad. Tanto es así que a Dios le dio lástima: “No es bueno que el hombre se sienta tan solo”. Voy a darle una compañera que le arranque de esa soledad existencial. Y lo hizo a través de un sueño profundo de Adán. Un Adán dormido no podrá nunca presumir de haber intervenido en nada en la creación de Eva. Ésta es “puro regalo de Dios para él”. Y así lo expresó en aquel grito entusiasta: «Esto sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gn.2,23). A ese Proyecto inicial, a ese idilio, a esa sorpresa permanente, a ese éxtasis divino, quiere reconducir el Señor el matrimonio, es decir, “al gozo del amor” (Amoris Laetitia).
Dios nos hizo libres. Tenemos la inmensa suerte de poder decir a Dios que “sí” y la terrible desgracia de decirle que “no”. Ese mismo Adán que se deshacía en elogios ante la presencia de su mujer, él mismo le acusa. Y allí, en el mismo Paraíso, comienzan ya los primeros conflictos matrimoniales. ¿Abandonará Dios definitivamente a la primera pareja? Después de un diluvio de pecados, todavía aparecerá sobre la tierra, a manera de anillo nupcial, la maravilla del “Arco Iris” donde los colores se respetan mutuamente, se abrazan sin invadirse, y hacen posible esa maravilla. Y si algo falla por parte del hombre, Dios jamás va en contra de las obras que ha creado. Nunca quiere el fracaso definitivo. “A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio” (AL 311).
Iglesia en Aragón