Comentario al evangelio. Domingo 1º Adviento, ciclo C

      En este Primer Domingo de Adviento, el Señor nos invita a una cosa: A LEVANTAD LA CABEZA. No podemos ir por la vida con la “cabeza baja”. No quiere nuestro Señor que vivamos humillados, despreciados, sin derechos ni dignidad.  Es verdad que, como humanos, no podemos presumir de nada. Pero ese Hijo del Hombre que aparece en una nube, allá en lo más alto, ha bajado de la nube a compartir con nosotros esta existencia tan frágil, tan caduca, tan deleznable. Y nos ha devuelto “la imagen” que habíamos perdido. Por eso nos preguntamos: ¿Por qué debemos ir con la cabeza levantada?

1.– Levantamos la cabeza para mirar la vida tal y como es. 

      Hay mucha gente que se escapa de esta vida: no quiere ver tanta violencia, tantas guerras, tantas filas de gente huyendo de sus países, tanto atropello, tanta corrupción. Y dicen: con los ojos cerrados, se vive mejor. Pero, por mucho que cierren los ojos, la miseria no dejará de existir. Jesús pasó por la vida con los ojos bien abiertos:  Veía la soberbia y avaricia de los jefes; la corrupción de los poderosos, la ambición instalada en el mismo corazón de sus discípulos. Y porque vio el mal con todas sus secuelas, quiso luchar contra él.  Si Jesús no hubiera tomado partido por los pobres, si hubiera sido más prudente a la hora de denunciar el mal, si hubiera cuidado un poco las formas y hubiera sido más condescendiente, hubiera vivido muchos años y hubiera muerto tranquilamente en su cama. Pero miró el mal del mundo y ya no pudo vivir tranquilo. Y se comprometió hasta el final.

2.– Levantamos la cabeza para poder mirar el cielo. 

      Uno de los grandes males de nuestra época es que la gente, ya no mira al cielo. El hombre de hoy quiere ser feliz en la “inmanencia”.  Lo decía muy bien el Papa San Juan Pablo II:.»Una especie de ateísmo práctico y existencial que coincide con una visión secularizada de la vida…Un hombre lleno de sí que no sólo se pone como centro de su interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda la realidad… Ya no hay necesidad de combatir a Dios. Se piensa que basta simplemente con prescindir de Él.» (P.D.V. 7).  Se están cumpliendo las palabras del poeta: “Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber. Lo peor es que no sabemos para qué sirve la sed” (A. Machado). La sed de infinito, de verdad, de felicidad, que el mismo Creador puso en nuestro corazón, ya no sabemos para qué sirven. Hoy, más que nunca, necesitamos levantar la cabeza y mirar al cielo con un sentido de “trascendencia”. El hombre, como el árbol, necesita de la profundidad de las raíces y de la inmensidad de los cielos para mantenerse en pie. Raíces, sí; pero también lluvia, aire, viento, sol, sobre sus ramas.

3.– Levantamos la cabeza para vivir de esperanza y poder todavía soñar.  

      La vida humana está lanzada hacia el futuro. Somos lo que no somos y estamos llamados a ser. Y para esto necesitamos de la “esperanza”. En realidad, uno no muere cuando acaba de respirar sino mucho antes, desde el momento que ya “no espera nada de la vida”. Sin esperanza no se puede vivir. Y matamos a una persona cuando le decimos: “Yo de ti ya no espero nada”.  Los sueños más bonitos de los profetas coinciden con la época más trágica del pueblo judío: el destierro de Babilonia. Vendrán días en que los “huesos secos se llenarán de carne y de vida” (Ez. 35). Días en que “un agua que baja del Templo convertirá el desierto en vergel y las aguas salobres del Mar Muerto en un mar de agua dulce donde acudirán los pescadores” (Ez. 47).  A los cristianos que creemos en Cristo Resucitado, se nos podrá quitar la piel, pero no los sueños. Adviento es tiempo propicio para soñar.

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