Comentario al evangelio. Domingo 4º Adviento, ciclo C.
Ante la proximidad de la Navidad, ningún personaje nos puede ayudar tanto a prepararnos como la figura de María. Hoy vamos a detenernos en este bello texto de la Visitación a su prima Isabel. Nos llenaremos de gratas sorpresas.
1.- “En aquellos mismos días”
No dice “en aquel día” o “al día siguiente” sino que ha habido unos pocos días en que María ha quedado rumiando, saboreando el misterio. La escena de la Anunciación terminaba así: “Y el Ángel la dejó”. La dejó en paz, la dejó en su mundo. Cuando alguien tiene una experiencia tan grande de Dios como María, hasta los mismos ángeles, estorban. Nazaret ha sido el lugar privilegiado donde se ha concentrado todo el rumiar de la Palabra a través de los siglos. En el corazón de María se instaló el primer “Monasterio de vida contemplativa”. Pero es esta misma experiencia la que le empuja a ponerse en actitud de servicio. María se levantó y se puso en camino. El servicio es lo suyo. Sabe que el Verbo se ha encarnado en ella. Es la madre del Hijo de Dios pero no se le han subido los humos a la cabeza. Es la de siempre, la servidora, y por eso va a visitar a su prima que la necesita. Y va con gozo, con prontitud, con garbo…Alguien ha descrito este viaje como “la primera procesión eucarística”. Podemos imaginar a María sumergida en una oración cósmica. Como el primer “Laudato si” de la historia. Como la mejor preparación antes de entonar el Magníficat. Canta con el sol, con la luna, con las estrellas, y también con los pájaros, con los montes, “con la acequia llena de agua, con los pastos del páramo, con las praderas cubiertas de rebaños, con los valles vestidos de mieses” (Sal. 64,13-14). Ella misma salta “con los montes que brincan como carneros y las colinas como corderos” (Sal 113,6).
2.- Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
¡Qué abrazo aquel! Son dos mujeres preñadas de historia que simbolizan dos alianzas, dos testamentos, dos pueblos: el antiguo y el nuevo. Y los dos se abrazan en un abrazo íntimo y estrecho. El A.T. llevaba a Cristo en sus entrañas. Isabel agradece a María el servicio material de ayudarle a fregar unos platos o limpiar la casa, pero ante todo el servicio de la fe. “Dichosa tú, la creyente” la que me da el Espíritu, la que me habla de Dios. Todo servicio que hacemos a nuestros hermanos se quedará a mitad del camino si no le damos también el servicio de la fe.
3.– Los dos saltos de júbilo: el del niño Juan y el de su padre Zacarías.
El salto del niño Juan en el seno de su madre es como el salto de gozo de todo un pueblo que ha vivido con la esperanza puesta en el Mesías. Las mujeres del A.T. tenían una visión profética. Todas querían casarse y tener hijos para tener la posibilidad de que, de su descendencia, vendría el Mesías. Los patriarcas y los profetas desearon ver este día y no lo vieron. Y es ahora este niño el que recogerá las voces, los anhelos, las nostalgias de todo el pueblo y apuntará con su dedo: “Ese es el Cordero de Dios, el Mesías, el que quita el pecado del mundo” Así, con un salto de júbilo, con una cabriola de alegría, recibe Israel al Mesías. ¿Y el salto de Zacarías? No olvidemos que en esa casa de Isabel hay un sacerdote que no puede hablar. Se ha quedado mudo por no haber creído al Ángel. Es una especie de “castigo saludable”. En cambio, María entona el Magníficat como premio a su fe. Pero va a ocurrir algo sorprendente: el mudo, el incrédulo, va a recuperar el habla y lo va a hacer “saltando de gozo” entonando el Benedictus, un cántico paralelo al Magníficat. Nos preguntamos: ¿Quién ha hecho capaz a Zacarías de pasar de un increencia a una fe firme y entusiasta? Por esa casa ha pasado María, la mejor catequista de todos los tiempos. Ella ha hecho posible que Zacarías diera el gran salto: del increencia a la fe. María no enseña con bonitos catecismos llenos de dibujos. María está llena de Dios y contagia a Dios por todos los poros de su ser. Algo tendrá que decirnos María en este nuestro tiempo de eclipse de Dios, de increencia, de pasotismo religioso.
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